Saltar al contenido

Nayra Ginory

Ha culminado ya la primera semana del NaNowrimo, el reto anual de escribir una novela durante un mes.

Conozco esta iniciativa desde hace años, y solo me he apuntado (creo) una vez, sin conseguir alcanzar (ni de lejos) el reto de 50.000 palabras.

Sin embargo, cada año veo en redes sociales a los participantes, cómo se desean ánimos, como viven el reto como una fiesta, cómo algunos lo consiguen y otros no... Sin que eso importa. Porque lo que realmente importa es crear el hábito de escribir cada día, hacerlo durante el mes de noviembre e intentar luego incorporarlo en el día a día hasta conseguir al final que escribir algo (lo que sea) sea más natural que no hacerlo.

Y justo ahora, que estoy en un tremendo boom escrituril gracias a haber terminado de escribir por fin El sabor de las manzanas rojas, y me embarco con enorme ilusión y ganas en escribir la que será la segunda parte, parece el momento ideal para apuntarme de nuevo NaNoWrimo, no como un reto, pero sí como una intención.

Y ahora que, como decía antes, ha terminado la primera semana me gustataría hacer balance de cómo ha ido.

Día 1 de noviembre:

A pesar de que hoy era el día para empezar a escribir como una loca, no lo he hecho. En vez de eso, he terminado de escaletar mi nueva novela Negro como el ébano, rojo como la sangre, a la vez que planificaba el desafío del NaNoWrimo. No he sumado palabras a mi desafío, pero sí que tengo ya muy claro lo que tengo que sentarme a escribir. He aprovechado también el escaletado de la novela para revisar incongruencias con respecto a ESDLMR, que está en proceso de edición y maquinación para publicar próximamente en Amazon. Por otro lado, tras consultar mi horario de trabajo de este mes, y sabiendo que por los turnos largos que hago no podré escribir la mayoría de los días que trabajo, me he dado cuenta de que cuento con 16 días libres para escribir, en vez de 30. Siendo así, el objetivo de 50.000 palabras se me antoja bastante inaudible, por lo que me he puesto el más realista de 30.000 palabras. Contenta con el resultado de hoy, pero aún no he escrito nada, sé que mi objetivo está en escribir unas 1875 palabras por día. ¡Vamos allá!

Día 2 de noviembre :

Hoy he tenido todo el día libre para escribir, y he podido hacer una sesión de escritura por la mañana y otra por la tarde. He ultimado la reescritura de los capítulos 1 y 2 y he iniciado la escritura del 3, con un saldo de 1914 palabras escritas. Hoy también gané mis dos primeras insignias en el NaNoWrimo, una por actualizar por primera vez mi progreso y otra por escribir más de 1667 palabras en un solo día. Me quedan 28.086 palabras por escribir y 15 días para hacerlo. Vamos bien.

Día 3 de noviembre:

Hoy también he podido escribir, y me he sentido genial haciéndolo. He terminado de escribir el capítulo 3, y tuve un subidón muy fuerte al echar al mundo una escena violenta y de bastante carga emocional, que tendrá bastante peso en la trama. Luego, aún tuve tiempo de empezar a esbozar el capítulo 4. He conseguido otra insignia, hoy por actualizar más de una vez mi progreso en el mismo día. He escrito hoy 2022 palabras, con lo que me quedan 26064 palabras en 14 días.

Día 4 de noviembre:

Hoy he tenido turno en el hospital y no he podido escribir. Como trabajo a turnos de doce horas, cuando llego a casa lo hago cansada y con ganas de cenar, ver la tele y acostarme. No sumo palabras, pero no pasa nada, está dentro del plan. A dormir, que queda mucha semana por delante.

Día 5 de noviembre:

Hoy no ha sido un buen día. Me siento extrañamente cansada, a pesar de que anoche dormí muy bien, y a mediodía me empezó una jaqueca que me acompañó hasta el final del día. Aún así he podido escribir 2186 palabras, he terminado el capítulo 4 y empezado el 5. Ya llevo 6122 palabras en total, con lo que he conseguido otra insignia (por superar las 5000 palabras), y estoy súper contenta porque estoy superando mi objetivo de palabras por día. Me quedan 23878 palabras en 13 días. Voy por encima de lo previsto.

Día 6 de noviembre:

Hoy también trabajé. Ha sido un día raro en el trabajo, y ya venía cansada de la jaqueca de ayer. Creo que esta semana tengo un poco de astenia otoñal (si tal cosa existe) o quizás es que me estoy adaptando al horario de invierno. En todo caso, no tenía previsto escribir hoy, así que...

Día 7 de noviembre:

Hoy tampoco se supone que debía haber escrito nada, porque también tenía turno en el hospital, pero sin saber muy bien cómo pude echarle un ratito al teclado, seguir con el capítulo 5 y echar 1980 palabras más al desafío. Ya llevo 8102 palabras escritas en total.

La verdad es que no podría estar más contenta con el resultado de esta semana. He escrito de media de 2025 palabras en cada sesión de escritura de esta semana. Me he demostrado a mí misma que puedo escribir si me lo propongo, aunque trabaje, aunque no me encuentre al 100%, que solo tengo que tener inspiración y ganas de trabajar. Con el deseo de que no se me acabe ni una cosa ni la otra, me embarco en la segunda semana del desafío. Os seguiré contando mis progresos por aquí.

1

Suelo decir que no me gusta tener en cuenta las fechas, que no te recuerdo más o menos porque un día en concreto esté relacionado con tu vida, pero la verdad es que últimamente, cuando se cumplen tanto el día de tu llegada al mundo como el de tu marcha, te tengo especialmente presente. Quizás es porque este es un año especial, ya que hoy hace justo 10 años que te moriste. A lo mejor, me fijo en las fechas más de lo que me gusta admitir. 

Quiero que sepas que en ocasiones sueño contigo, pero nunca de cuando estabas enferma. En mis sueños siempre estás bien y se te ve muy guapa, y yo ni siquiera sé que estás muerta. En mis sueños solo eres mi hermana otra vez y a veces ni te hago mucho caso. Pero no me lo tengas en cuenta, que cuando estabas viva tú a veces también pasabas un poco de mí.

Cuando estoy despierta a veces recuerdo los peores momentos. Recuerdo cuando estabas mala y cuando lo pasabas mal. Y últimamente recuerdo mucho el día que te moriste. No te lo tomes a mal, que no lo digo como algo malo. Si de algo en el mundo estoy orgullosa es de haberte ayudado a morir bien, en tu propia cama, tranquila y sin dolor; y de haber elegido un vestido con muchos colores para que estuvieras bien guapa en tu ataúd, que sé que a ti nunca te gustó mucho eso de vestir de oscuro. Y si de algo estoy agradecida, es de haberte tenido como hermana, aunque te fueras tan prontito. 

Es que eras una tía de puta madre. Con una sonrisa, un par de halagos y un gesto ya los tenías a todos en el bolsillo, porque persona más simpática que tú no he conocido jamás. Eras muy graciosa y tenías una risa contagiosa. Y eras capaz de tocarte la nariz con la punta de la lengua, tu payasada favorita. Aprendí, ademas, mucho de ti: el valor de la inocencia, de ver siempre lo mejor de los demás, de valorar a cada persona y no burlarme nunca de los defectos ajenos. Y sobre todo que lo más importante no es llegar más alto que los demás, sino todo lo alto que tú puedas esforzándote al máximo.

Han pasado muchas cosas en estos diez años que me habría gustado que supieras. Deberías ver a nuestra sobrina Carmen, aquella que te empeñaste que nombráramos igual que a ti. Ya es más alta de lo que tú lo eras y pronto será más alta de lo que yo lo soy, y solo tiene diez años. Y es lista, tía. Súper lista. Pero también es un poco maniática y lenta como una tortuga igual que tú. También me hubiera encantado que conocerías a Ana, que es pizpireta, simpática e independiente. En eso se parece a ti tanto como a mí. Y te perdiste mi boda, y ver a tu hermana casarse con un vestido rosa. Así en plan princesa.

Que sepas que las Spice Girls volvieron a hacer un tour el año pasado. Operación triunfo y concursos del estilo siguen existiendo. David Bisbal aún canta y yo sigo sin poder escuchar a Laura Pausini sin acordarme de ti. Harry Potter ganó y se cargó a Voldemort, y aún no ha salido la secuela de Avatar, que fue la última película que vimos juntas en el cine. Te hubiera encantado la serie Jane, the Virgin, y la nueva trilogía de StarWars, porque las protagonistas son chicas guapas y fuertes, como a ti te molan. Seguro que hubieras insultado a Donal Trump cada vez que lo vieras en la tele y te habrías cabreado muchísimo con todo esto del confinamiento. «Este coronavirus me tiene harta», te imagino diciendo, cansada de estar tanto tiempo metida en casa. 

Te imagino a veces cantado, que tanto te gustaba, y bailando, que siempre lo hiciste tan bien. Recuerdo tus ojos, enormes, y la marca que la varicela te dejó en la frente. Recuerdo tu barbilla menudita y tu cabello casi negro. Recuerdo que siempre querías ser el centro de atención y que casi siempre lo conseguías. Y que eso a veces me enfadaba un poquito. Recuerdo lo presumida que eras, y lo bien que te quedaban los vestidos. Recuerdo que tus últimas palabras me las dijiste a mí, y que en ese momento no supe entenderlas. Y recuerdo cuando decías que eras especial, y que a veces lo decías como si eso fuera algo malo. No lo era. Eras especial. Y eras única. Y yo no te habría podido querer más de lo que te quise si hubieras sido de cualquier otra manera. 

También quiero que sepas que estoy bien. Y que soy feliz, que eso siempre te preocupó mucho. Que aunque a veces llore un poquito cuando me acuerdo de ti no pasa nada, porque la mayoría de las veces, me acuerdo de ti sonriendo. Que cuido de mamá y de papá por ti y me preocupo de que la familia siga unida y sin enfados entre nosotros, que no soportabas vernos discutir. Que no estoy enfadada contigo por haberte ido tan prontito. Y que fuiste fuerte y valiente, como esas heroínas de las películas a las que tanto admirabas. Y preciosa, siempre fuiste preciosa, aun cuando no pensabas eso de ti misma. Y precioso es también el recuerdo que siempre tendré de ti. 

Yo no creo en el cielo, pero seguro que estoy equivocada porque tú dijiste que hacía allí te ibas. Así que quédate ahí bien tranquilita, que por aquí abajo estamos bien. 

Tu hermana, que te quiere

Últimamente, he recuperado (¡por fin!) el deseo de escribir. Y no solo de escribir ficción. Sino de escribir. A secas. Cualquier cosa. Y sí, esto incluye también este blog. Una de las principales razones por las que deseé reiniciar el blog (lo que incluyó un migrado desde Blogger y la adquisición de un dominio propio) fue precisamente ayudarme a reiniciar mi escritura, que en 2018, debo confesarlo, estuvo en franco dique seco. Lo que en un principio interpreté como un bloqueo (y por tanto, empecé a tratar como tal) se desveló a final como pura y simple desgana. Y no hay fácil cura para eso.
El año pasado fue algo raro para mí. No malo, pero sí lleno de cambios, sobre todo a nivel profesional, que me han sometido a ciertos ajustes y desajustes. Y eso significa que he sido (quizás en exceso) indulgente conmigo misma y no me he exigido demasiadas cosas. Pero tras unos cuantos meses, se podría decir, ganduleando, he empezado a filosofar sobre el sentido de la vida. Esa no sé si es buena o mala señal.
Estos últimos meses he leído más de lo que he acostumbrado últimamente, pero también he perdido mucho tiempo jugando a videojuegos o viendo series. Aún queda por decidir la cuestión de qué es y qué no perder el tiempo. Creo que todos coincidimos en que leer nunca lo es, pero que no lo sea ver televisión, aunque esta sea de calidad, se abre a debate. Lo cual es interesante por sí mismo.
En todo caso, he empezado a preguntarme si «está bien» que ocupe mi tiempo libre en hacer virtualmente nada, si es «correcto» ser tan poco productiva. Dejando de lado el hecho de que ya trabajo manteniendo mi hogar en orden y también en un hospital, ganándome el sueldo con un trabajo que no solo es agotador y apasionante, sino tambien vital (literalmente) me pregunto constalmente si soy injusta conmigo por fustigarme por mi escasa productividad en mi tiempo de ocio o si es mi pleno derecho hacer nada de vez en cuando.
Y aún así, es algo que me preocupa. Quizá esa preocupación sea solo fruto de la presión que sentimos por estar continuamente haciendo cosas, siempre informados, siempre conectados, que hemos perdido la capacidad de NO HACER NADA y que nos parezca bien. Esa capacidad la tenemos todos de niños. O al menos la teníamos los niños de nuestra generación: esas tardes aburridas en las que no había nada que hacer más que pensar en las musarañas o mirar por la ventana para ver los coches pasar.
A lo mejor, todo el auge actual del mindfulness no sea otra cosa más que otra respuesta a la hiperactividad a la que somos sometidos constantemente, pero yo sigo sin estar segura de que vaciarme el coco jugando a "The Witcher" sea tan saludable como meditar.
En todo caso, supongo que dos hechos determinantes me han hecho cuestionarme todo esto: el primero, que últimamente he pasado más tiempo en casa del que estoy acostumbrada por (leves) cuestiones de salud; y en segundo lugar, mi recuperado deseo de ser (y nótese que esta palabra se ha repetido ya varias veces en la entrada) productiva.
No sé si este deseo se materializará en algo concreto, como retomar la escritura de mi segunda novela (o de cualquier otra cosa) o no. Pero por lo menos siento el deseo de hacer algo. Y eso es un inicio prometedor. Aunque no prometo abandonar "The Witcher" por el momento.

Últimamente, he recuperado (¡por fin!) el deseo de escribir. Y no solo de escribir ficción. Sino de escribir. A secas. Cualquier cosa. Y sí, esto incluye también este blog. Una de las principales razones por las que deseé reiniciar el blog (lo que incluyó un migrado desde Blogger y la adquisición de un dominio propio) fue precisamente ayudarme a reiniciar mi escritura, que en 2018, debo confesarlo, estuvo en franco dique seco. Lo que en un principio interpreté como un bloqueo (y por tanto, empecé a tratar como tal) se desveló a final como pura y simple desgana. Y no hay fácil cura para eso.
El año pasado fue algo raro para mí. No malo, pero sí lleno de cambios, sobre todo a nivel profesional, que me han sometido a ciertos ajustes y desajustes. Y eso significa que he sido (quizás en exceso) indulgente conmigo misma y no me he exigido demasiadas cosas. Pero tras unos cuantos meses, se podría decir, ganduleando, he empezado a filosofar sobre el sentido de la vida. Esa no sé si es buena o mala señal.
Estos últimos meses he leído más de lo que he acostumbrado últimamente, pero también he perdido mucho tiempo jugando a videojuegos o viendo series. Aún queda por decidir la cuestión de qué es y qué no perder el tiempo. Creo que todos coincidimos en que leer nunca lo es, pero que no lo sea ver televisión, aunque esta sea de calidad, se abre a debate. Lo cual es interesante por sí mismo.
En todo caso, he empezado a preguntarme si «está bien» que ocupe mi tiempo libre en hacer virtualmente nada, si es «correcto» ser tan poco productiva. Dejando de lado el hecho de que ya trabajo manteniendo mi hogar en orden y también en un hospital, ganándome el sueldo con un trabajo que no solo es agotador y apasionante, sino tambien vital (literalmente) me pregunto constalmente si soy injusta conmigo por fustigarme por mi escasa productividad en mi tiempo de ocio o si es mi pleno derecho hacer nada de vez en cuando.
Y aún así, es algo que me preocupa. Quizá esa preocupación sea solo fruto de la presión que sentimos por estar continuamente haciendo cosas, siempre informados, siempre conectados, que hemos perdido la capacidad de NO HACER NADA y que nos parezca bien. Esa capacidad la tenemos todos de niños. O al menos la teníamos los niños de nuestra generación: esas tardes aburridas en las que no había nada que hacer más que pensar en las musarañas o mirar por la ventana para ver los coches pasar.
A lo mejor, todo el auge actual del mindfulness no sea otra cosa más que otra respuesta a la hiperactividad a la que somos sometidos constantemente, pero yo sigo sin estar segura de que vaciarme el coco jugando a "The Witcher" sea tan saludable como meditar.
En todo caso, supongo que dos hechos determinantes me han hecho cuestionarme todo esto: el primero, que últimamente he pasado más tiempo en casa del que estoy acostumbrada por (leves) cuestiones de salud; y en segundo lugar, mi recuperado deseo de ser (y nótese que esta palabra se ha repetido ya varias veces en la entrada) productiva.
No sé si este deseo se materializará en algo concreto, como retomar la escritura de mi segunda novela (o de cualquier otra cosa) o no. Pero por lo menos siento el deseo de hacer algo. Y eso es un inicio prometedor. Aunque no prometo abandonar "The Witcher" por el momento.

Así que estás viviendo uno de esos infames y temidos bloqueos del escritor.
Surge poco a poco, soterradamente: Cada vez te cuesta más y más sentarte a escribir, dar con la palabra adecuada, dotar de coherencia a tus personajes, y escribir se convierte en un proceso lento y enojoso. Quizás te has quedado atascado en una escena, o no visualizas un diálogo, o en el proceso de escaletar tu nueva novela ves que la trama no encaja. Te enfadas  con todo y todos (especialmente contigo mismo) y dejas de escribir. 
Y de momento, no has podido continuar.

No desesperes. Del bloqueo, querido escritor, se sale. Muchas veces, solo hay que esperar un tiempo hasta que la chispa de la inspiración brilla de nuevo. Pero si quiere acelerar el proceso, o el bloqueo te genera mucha ansiedad, existen ciertos trucos que podemos usar.

Reconoce que tienes un bloqueo

Y hazlo cuanto antes. Identificar un problema es siempre la primera fase para superarlo. Negarte a ti mismo una y otra vez que estás absolutamente sobrepasado, y empeñarte en seguir dejándote los ojos en la misma página o en el parpadeo del cursor día tras día no tiene sentido.

Identifica la causa.

«¿Por qué estoy bloqueado?», debería ser la primera pregunta que nos hagamos siempre que detectemos un patrón en nuestra escritura. A veces puede ser la obra en sí, quizás la trama no va por dónde querías, no consigues transmitir la atmósfera adecuada o los personajes se sienten planos. A lo mejor, descansar un poco de la historia para verla con nueva perspectiva o incluso replantearte ciertas cosas sobre ella pueden bastar para desbloquear de nuevo tu inventiva.

Pero quizás el bloqueo viene de ti mismo. Quizás estás aterrado ante la idea de no ser lo suficientemente bueno, de defraudar a tus lectores, de no tener éxito en las metas que te pongas... En muchas menos ocasiones de las que pensamos, la procrastinación llega a nuestra vida por pura holgazanería. Casi siempre es una manera de postergar algo que tememos hacer, porque no nos creemos capaces de hacerlo o de hacerlo bien. Si es así, si esa es la causa de tu bloqueo, deja de gandulear y coge el toro por los cuernos. Sí, aunque lo que estés escribiendo no vaya a ganar nunca el premio Planeta.

Pasea. Relájate. Cambia de actividad.

Date permiso a ti mismo a descansar, despejarte y airear las ideas. Quizás la próxima vez que te sientes frente al ordenador tengas las cosas más claras.

Lee

Vuelve a redescubrir el placer de leer, en caso de que lo hayas perdido. Lee a autores cuya narrativa te gusta, que creen una ambientación parecida a aquella que estés intentando plasmar. O prueba a releer un libro que adores, no importa cuántas veces lo hayas leído antes. Disfrutar de la lectura, sin más pretensiones que la pura diversión, pueden ayudarte a redescubrir por qué empezaste a escribir en primer lugar.

Escribe

Lo que sea. Mucho o poco, siempre será mejor que nada. Si una escena te tiene bloqueado, pasa de largo y escribe otra escena. U otro capítulo. Si necesitas un descanso de tu historia, concédetelo, pero escribe algo más: un micorrrelato, un diario, un post, cartas…

Coge papel y lápiz

Sí, me has leído bien. Apaga el puñetero ordenador y coge papel y lápiz (un bolígrafo sirve para el mismo fin), siéntante en un lugar cómodo y alejado de distracciones (apaga también el puñetero móvil), sírvete un café o cualquier bebida caliente que te apetezca y empieza a escribir. La escritura manual genera en el cerebro un feedback de las acciones motoras que nos hace ser más consciente de lo que escribimos, proceso que no ocurre con la escritura en teclado. Quizás descubras que escaletar una trama o avanzar con una escena que se te resiste es mucho más fácil si lo haces en papel.

Disfruta

Parece obvio, pero la primera vez que te sentaste a escribir algo lo hiciste porque querías hacerlo, porque algo dentro de ti lo pedía a gritos. Y lo disfrutaste como un enano, aunque probablemente el resultado te resultaría vergonzante de volverlo a leer. Date el permiso a ti mismo de volver a disfrutar al escribir como aquella primera vez, de escribir lo que te apetezca sin preocuparte de nada más. Mientras más te centres en la alegría del proceso, menos te angustiará la calidad del resultado.

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

Incluso antes de abrir los ojos lo percibo: este jodido dolor de cabeza. La pulsante presión en mis sienes, la enloquecedora tensión que me atenaza la base del cráneo, el intenso vértigo que me domina cuando, todo lo lentamente que puedo, me siento en la cama.
Mi mente va a estallar, como si una gigante llave inglesa se estuviera cerrando sobre mis huesos temporales, y por un instante, deseo que eso ocurra, que mi cabeza explote, que salpique de sangre el suelo y las paredes, las blancas sábanas sobre las que me siento y el camisón de satén de la mujer que, aún dormida, comparte la cama conmigo. Que acabe, que pare el dolor.
Como si quisiera acelerar el proceso, coloco mis puños en los extremos de mi frente y apreto con fuerza. Durante un magnífico segundo el dolor cede, mi cuello se relaja y lo único que siento es el latido de mis venas contra mis nudillos, pero en cuanto aflojo la presión el dolor vuelve con renovada furia. Me levanto despacio.
No enciendo la luz cuando entro en el baño. Me lavo la cara a oscuras, con agua muy fría, y pongo las palmas empapadas sobre la nuca. La nariz me chorrea agua, mocos, lágrimas. Apoyo la frente contra el espejo y, en la grisácea mañana de esta primavera que parece no llegar nunca, solo puedo distinguir algunos de mis rasgos: mi ceño fruncido, mis ojos llorosos, mi rictus de dolor.
Cuando sobre mí el fluorescente se enciende con un estallido, cierro los ojos con fuerza y lanzo un reniego. La luz, fría y azul, atraviesa mis párpados, recorre mi nervio óptico y taladra mi cerebro. Ella hace pis a mi lado, la oigo bostezar. Entreabro los ojos brevemente y la veo: las bragas en los tobillos, el camisón en los muslos, limpiándose el culo con aire soñoliento. Se levanta y pone una mano sobre mi hombro. «¿Te duele la cabeza?», la oigo preguntar. Ni siquiera tengo fuerzas para asentir.
La luz se apaga. Estoy solo de nuevo, a oscuras y a merced de ese monstruo que, de cuando en cuando, se sienta sobre mis hombros. Me masajeo los trapecios. Me froto las cervicales. Intento pegar la barbilla al pecho, pero mi cuello protesta y vuelvo a levantarla.
Debería estar acostumbrado, asumir las jaquecas con entereza, integrarlas decididamente en mi vida, no quejarme. Pero la resignación tiene el amargo regusto de la derrota, y yo siempre he sido un ganador.
Entonces lo oigo: el paso apresurado que se dirige a mi habitación, dos rápidos toques en la puerta, la decidida irrupción en la estancia. Antes de que el hombre trajeado que acaba de entrar se dirija a mí, ya sé qué va a decirme.
Le escucho a medias, mientras cierro la bata alrededor de mi cuerpo con un laxo nudo. Las palabras «objetivo», «operación», «misil» y «órdenes» llegan a mi desastrado cerebro. «Debe tomar una decisión», concluye.
Esbozo la primera sonrisa del día, ladeada, levemente agria. Esa decisión la tomé hace mucho tiempo. «Proceda, general», digo impertérrito, escondiendo mi debilidad tras una hierática expresión. El hombre me mira con sorpresa durante la décima de segundo que tarda en controlar su expresión. Quizás, pensaba que yo no sería capaz, de hacerlo, y menos con tanta calma.
No es calma lo que siento, idiota, es dolor, es enfado, es frustración. En días como este, no me importa lo que le pase al mundo.
El hombre asiente y se va. Yo me dispongo a vestirme para supervisar los eventos del día. Sé lo que se espera de mí y nada podrá pararme.
Ni siquiera este jodido dolor de cabeza.

1

Hace aproximadamente tres semanas que eliminé mi cuenta de Facebook.
Y lo digo así, con la boca bien grande. Nunca fue una red social que me gustara especialmente, y no le vi la gracia hasta que empecé a rentabilizarla como escritora, sobre todo a partir de la creación de la página de A través del sexo. Y fue también, más o menos en esa época, cuando empecé a descuidar mi blog.
Ahora puedo decir que no echo de menos Facebook. En absoluto. No añoro el icono azul de la app en mi móvil, y definitivamente, tampoco las continuas notificaciones de dicha app, que te obligaban a entrar en Facebook cada poco solo para no tener en el móvil ese enojoso icono rojo que parecía indicarte que tenías cosas pendientes por hacer. Nunca perdí mucho el tiempo en Facebook, y sin embargo, todo tiempo pasado en Facebook me parecía perdido. Tenerlo me parecía superfluo. A mis amigos y familia los tengo muy presentes en la vida real y más presentes todavía en el dichoso WhatsApp. Las noticias de sus vidas siempre he preferido recibirlas en persona, y nunca he preferido un chateo a una agradable conversación sobre unas tazas de café. El resto me parece superfluo.
El único aspecto de Facebook del que me costó desprenderme no tiene nada que ver con mi perfil personal, sino con la página de A través del sexo, que al desactivar mi perfil, ha dejado, virtualmente, de existir, y ni siquiera sé si podré recuperarla algún día si decido reactivar mi cuenta, pero también creo que esa página ya había cumplido su función, se había amortizado, y que quizás no tenía sentido seguir apegada a ella.
Sé que muchas aplicaciones y funciones online están vinculadas a Facebook y limitadas, por tanto, a sus usuarios, pero sinceramente, es algo que de momento ni me preocupa ni me ha ocasionado (al menos de momento) molestia alguna. No echo de menos Facebook, y aunque solo he tomado la decisión de desactivar temporalmente mi cuenta, no creo que de momento vaya a volver.
Lo que sí echo de menos, y lo llevo haciendo desde hace varios años, es este blog. Sentía que ya no tenía nada interesante que contar o compartir, mayormente porque cuando lo tenía, lo decía y compartía en redes sociales como Facebook y Twitter. Parecía que al irlo descuidando también iba perdiendo mi derecho a escribir en él, como si ya no tuviera sentido volver, hasta que recordé que este blog es ante todo mi propio espacio, creado para mí y que aunque preferiría que no fuera solo mío, me he dado cuenta de que prefiero que sea eso a que desaparezca.
Quizás por eso, aparejado a mi deseo de abandonar Facebook, vino otro, el de reactivar este blog, aunque solo sea para poder expresarme y tener un lugar propio en este enorme océano que es internet, alejado del bullicio y la inmediatez de las redes sociales.
Así que ahora, si quieres pasaros por aquí, me veréis de vez en cuando. Reorganizaré el blog, que ha quedado algo desfasado, y probablemente me anime (por fin) a hacer la migración a WordPress y tener un dominio propio, para poder empezar de nuevo este proyecto que nunca debí haber abandonado.

1

Hoy me ha pasado una cosa muy curiosa. En el contexto de una conversión casual en el trabajo salió a relucir que a mí me gusta (y mucho) The Walking Dead, y una de las personas presentes, una chica muy joven y muy maja, tras confesar que ella también era muy fan de la serie, me dice: "Pues vaya, no te pega". Yo me sentí terriblemente ofendida, porque sé que con ese comentario me quería decir que por mi aspecto y mi manera de ser me pega más ver series de "chicas", así que le respondí: "Es que tú no me conoces" y añadí (solo para chincharle) "Además, a ti tampoco te pega". Para mi tremenda sorpresa, ella me contestó con un "No te creas, que soy un poco frikie".
Yo con muchas ganas de descubrir a un nuevo frikie en el mundo, le pregunté que a que tipo de frikismo se refería, y no me supo contestar otra cosa más que que le gustaba también Juego de Tronos (la serie),así que me decidí, no solo a determinar qué tipo de friki era, sino también a poner a prueba su frikismo con un (sencillo) cuestionario que improvisé sobre la marcha. No supo contestar a una sola pregunta.
Comparto ahora este test para ver si a) es (como ella decía) demasiado difícil; y b) determinar el número de frikis (y su nivel) que tengo a mi alrededor.  Así que, ahí va:
1) Quién es Masami Kurumada?
2) En qué año se editó Dragones y Mazmorras?
3) Quién es Drizzt Do'Urden?
4) De dónde procede el Sr. Spock?
5) Qué es un padawan?
6) Quién formuló las tres tres leyes de la robótica?
7) Qué conjuro usarías para desarmar a alguien en un combate de varitas mágicas?
8) Quién es Stan Lee?
9) De qué libro es Faramir?
10) Entiendes todos los chistes de The Big Bang Theory?
Y eso es todo, qué os ha parecido? Cuántas habéis acertado?

Me entregué con devoción a la tarea: me senté con las piernas cruzadas, apoyé las manos sobre mis muslos, dejando las palmas laxas, y cerré los ojos. Inspiré, espiré, varias veces, dejando que el vacío tomara mi mente, intentando parar el torbellino de ideas que bullía en mi cabeza. 
Sabía que era fútil dejarme llevaron mis sentimientos en aquel momento, recrearme en ellos, preocuparme por cosas del pasado que no podía cambiar, ni por eventos de un futuro aún no materializado, así que dejé de luchar contra ellos, me alejé, y los observé desde una prudencial distancia.
Pude reconocer mi ira, una masa carmesí, pulsante, en una constante amenaza de expandirse y ocuparlo todo, pero levanté un muro entre ella y yo. Pude observar mi miedo, una sombra azul acurrucada contra una esquina. Levantó un instante la cabeza para animarme a unirme a él, pero yo preferí mirar para otro lado. Pude admirar la inmensidad de mi dolor, una ominosa forma negra y viscosa, que envenenaba con pegajosas manchas oscuras todo lo que había a su alrededor, pero no dejé que se me acercara.
Más allá de los confines de mi mente, mi cuerpo físico seguía respirando, incansablemente. Me elevé, centrándome solo en la sensación del aire invadiendo mis fosas nasales, contrayendo mi diafragma, expandiendo mi abdomen y escapándose en forma de silenciosos suspiros que acariciaban mi lengua al salir. Incliné la barbilla sobre el pecho y me centré en el aquí y el ahora, apartando de mi ser todo aquello que no perteneciera al presente más inmediato.
Mi mente se había convertido en un claro cielo azul. Solo oía el leve murmullo del viento entre árboles que no podía ver. Mi cuerpo se asentaba firmemente en la madre tierra mientras que mi cabeza se elevaba hacia el firmamento. Me recreé en la contemplación mental de ese imperturbable e infinito manto de paz que se sostenía gracias a la determinación con la que mi respiración se mantenía contante. 
Un rápido pensamiento cruzó mi mente, un rostro hostil, un grito de dolor; pero no permití que mi mente explorara ese recuerdo, de la misma manera que no permitiría que mis ojos abandonaran la contemplación del cielo para seguir el vuelo de una golondrina.
Otras golondrinas siguieron a la primera: una era una idea acerca de lo que podría haber hecho, otra un recuerdo de lo que había ocurrido, la tercera, un temor de lo que quedaba por venir; a todas las ignoré, dejando que cruzaran mi cielo mental y siguieran su silencioso vuelo, hasta volver a perderse más allá de los confines de mi propia mente.
La cuarta tenía una marca de fuego. Cruzó el cielo dejando tras ella una estela negra como la muerte, antes de interrumpir su vuelo para empezar a caer. En llamas. Gritaba mientras se precipitaba y mi ojo mental la siguió, horrorizado, mientras los restos de su cuerpo carbonizado caían antes mis pies.
Abrí los ojos.
La madre tierra estaba húmeda bajo mi piel, mohosa y hedionda. La oscuridad imperante solo era contrarrestada por la humilde llamita de una vela de cebo, que estaba a punto de consumirse y el único sonido en la estancia lo hacía la rata que roía las mugrientas mantas que hacían de jergón. Las paredes a mi alrededor eran oscuras y lóbregas, y no había el más mínimo resquicio que me permitiera ver la luz del sol, pero sabía que el amanecer estaba cerca. En breve vendrían a buscarme.
Y entonces sería yo quien estallaría en llamas y gritaría, bajo un claro cielo azul.

Quizás las cosas que más daño nos hacen son aquellas que no duelen mucho, las que trabajan poco a poco y soterradamente para hacernos enloquecer. O al menos era lo que pensaba yo mientras sostenía mi arma ensangrentada.
Indudablemente, a ELLA le había dolido el golpe, y ahora, los restos marchitos de su descuidado cuerpo yacían ante mí, impávidos y orgullosos, como queriendo ser ajenos a mis actos y mis sentimientos; sin embargo, yo no podía dejar de pensar, quizás estúpidamente, que la víctima era yo.
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de su mera presencia me hacía daño. Quizás no lo hacía adrede, quizás ni siquiera era consciente de ello, pero sus aparentemente inofensivas exigencias, cumplidas por mí con absoluta diligencia y entrega, servían tanto para salvaguardarla a ELLA como para destrozarme a mí. 
La había protegido con un empeño enfermizo de cualquier cosa que pudiera hacerle daño: la luz, la exposición, la vida... A la vez que me convertía en su baluarte, su mundo y su único alimento, sin darme cuenta de que eso me confinaba a un mundo que me alejaba de cosas que para mí eran vitales. Pensamientos de una amargada y doliente naturaleza se fueron adueñando de mi mente, royendo mi autoconfianza, mi alegría, mi cordura, embadurnándolo todo de una tristeza viscosa y densa que flotaba a mi alrededor y me ocultaba del mundo. En medio de toda esa bruma, la absoluta certeza de que ELLA se crecía gracias a mi angustia y se alimentaba con la desesperación que saboreaba en mi sangre, me dio la fuerza suficiente para enfrentarla por primera vez.
Con un movimiento brusco, descorrí los pesados cortinajes y dejé que la luz del sol inundara la estancia y disipara los últimos jirones de confusión que nublaban mi juicio. Me embebí en la luz, largamente añorada, dejando que el calor del sol entibiara mi piel hasta que sentí cómo escocía. En aquel breve, victorioso instante, saboreé lo que mi vida podría ser si no estuviese sometida al influjo de aquella criatura de la oscuridad. Sin embargo, al escuchar leves sonidos de vida tras de mí, no pude evitar sentir cierto alivio.
ELLA se retorcía en el suelo, se agitaba mientras sus marchitos miembros volvían a la parodia de vida que siempre habían representado. Por un instante, la volátil esperanza de que el mazazo recibido la persuadiría de deshacerse voluntariamente de mí, asaltó mi vapuleada consciencia, pero por la manera en la que sus exigentes garras se dirigían hacia mí, me convencí de que tal cosa jamás ocurriría.
En ese momento, confieso que pensé en huir, alejarme de ELLA y no mirar atrás, pero mientras veía cómo su cuerpo luchaba con patetismo por erguirse de nuevo en medio de sus podridos ropajes negros, deseché la idea. A pesar de todo, la quería.
Cerré los cortinajes, protegiéndola de la luz, y ELLA avanzó hacia mí, implacable. Dejé caer mi arma al suelo, y rendido, la dejé poseerme y alimentarse de mí, mientras dejaba que mi mente cayera, para siempre, en el abismo.

Esta última semana ha sido toda una locura.
Hace ya una semana que terminé de escribir #ATDS, y cinco días desde que publiqué el que fue el último capítulo. 
Han sido días de emociones muy intensas, de verdad, me ha pillado todo con las emociones a flor de piel, desde el momento de bajona y llorera total que me dio al escribir la última frase de la novela (como lloré, madre mía) hasta la alegría más absoluta que he sentido al ver la repercusión (a pequeña escala y modesta, pero repercusión al fin y al cabo) que este capítulo ha tenido en las redes sociales. 
He dado las gracias esta semana más que en el resto de mi vida, me parece, y ya publiqué hace unos días una entrada de agradecimiento a todas esas personas que han participado en este proyecto conmigo, pero sigo teniendo mucho que agradecer, pues todavía sigo recibiendo a día de hoy mensajes de apoyo y felicitación.
Siento una pena tremenda al pensar que ha terminado ya esta etapa de mi vida, y sé que añoraré los adelantos y la histeria de las lectoras cuando el capítulo se retrasaba, pero a cambio creo que he madurado y aprendido muchísimo gracias a todo esto, y como dice el refrán, todo lo bueno acaba.

Además, no es la acogida del final de ATDS lo único que tengo que agradecer esta semana, pues he sabido que finalmente mi relato, "Muerte de un Chapero", ganó el miniconcurso de Octubre de los premios Watty, en la categoría "Gemas por descubrir", así que de nuevo un enorme Gracias a todos los que votaron y leyeron mi relato.