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Juego de tronos: por qué no funciona la trama de la octava temporada

El fandom de Juego de Tronos está dividido: mientras unos se desilusionan más con cada capítulo que pasa, otros parecen disfrutar a rabiar de esta temporada. Ambos bandos se atacan en Twitter, sobre todo en relación al cambio de Daenerys: muchos dicen que ya se veía venir mientras apoyan a pies juntillas a D&D, otros, los Daeneryliebers, a los que se acusa de ansiar un final Disney, miran horrorizados la pantalla a la vez que despotrican contra los creadores de la serie y amenazan con anegar el mundo en llamas. Si no estás al día de Juego de Tronos, no sé qué haces aquí. Si lo estás, quizás este artículo te ayude a entender qué es lo que está pasando.

Y es que ahora mismo no se habla de otra cosa en el fandom

Las discusiones entre los que claman por lo que consideran un bestial bajón en la calidad de la serie y los que quieren disfrutar esta última temporada sin mayores consideraciones son constantes. A los primeros se los acusa de no ser capaces de admitir los acontecimientos y de ser «malos fans», por justificar los terribles actos de Daenerys; a los segundos se les llama simples, por ser capaces de de conformarse con cualquier cosa que les pongan delante.

Daenerys comenta la última temporada de GoT

«¿Bajón de calidad?», dirán estos últimos. La dirección de la serie es estupenda (sobre todo de los capítulos 3 y 5 de esta temporada), las interpretaciones, la escenografía —salvo por el ya celebre café que no-era-del-Starbucks— o el vestuario están al mismo nivel que siempre. Hay además un montón de batallas, muertes —menos de las que algunos desearían— y giros de guion tan bestiales de esos a los que GoT nos tiene acostumbrados. «Si quieres un final feliz, vete a ver un musical», dirán, para acabar su argumentación. 

Pero es que de lo que hablamos es del guion

No de la trama, no de un final feliz, no de la incapacidad del espectador de aceptar el desenlace de una historia que lleva muchos años siguiendo, sino del guion. Un intangible que no se ve, ni se toca, ni se oye, pero que está detrás de cada decisión de vestuario o fotografía, tras cada plano, diálogo o escena. Del guion, y de su eficacia o ineficacia. Y aceptémoslo, la calidad del guion de GoT ya no es la que era. Y esa es una verdad que ni siquiera la magnífica cinematografía de la serie puede ocultar. 

Todos sabemos que es el guion el que dirige la trama, pero no porque algo esté escrito (y rodado e interpretado) significa que el espectador lo tenga que aceptar aun cuando los engranajes chirrían. El guion debe albergar coherencia, y debe preparar al espectador para lo que está a punto descubrir. Eso no parece estar ocurriendo en el desenlace de Juego de Tronos. Así que, ¿qué es lo que falla en el guion de GoT?

Diálogos

Parece lo más obvio para el espectador. Los diálogos de GoT solían ser gloriosos. Los habitantes de Poniente nos maravillaban con su labia e inteligencia, que parecían reflejar a su vez la inteligencia de los escritores que había detrás. Célebres eran, sobre todo los duelos dialécticos entre Meñique y Varys. Tyrion nos enseñó, allá por el capítulo 1×01 lo útil que resulta la apropiación del insulto, Igritte nos enamoró con su aparentemente simple «You know nothing, Jon Snow», Syrio Forel nos enseñó cómo debíamos responder al Dios de la Muerte (afamada referencia rescatada en el 8×03, para justificar que Arya se apropiara del arco de personaje de Jon, pero de eso hablaremos luego) y Melissandre nos recordaba una y otra vez que «la noche es oscura y alberga horrores». No es difícil recordar lo delicioso que resultaba escuchar diálogos sin fin en las elegantes estancias de La Fortaleza Roja, cuando los Lannister, los Tyrell o los Martell conspiraban unos a espaldas de los otros; las negociaciones de Catelyn Stark con los posibles aliados del Rey en el Norte; o las concurridas reuniones alrededor de un mapa de Poniente, mientras los generales planeaban sus próximos movimientos bélicos…

Ya nos parecía, allá por la temporada seis, que ciertos personajes perdían cierto interés, impresión que se reafirmó en la temporada siete y se afianzó notablemente en la ocho: Tyrion ya no nos enamora con su inagotable ingenio, sino que se limita a caer en lugares comunes, flagrantes errores de juicio y a insultar a Varys en relación a su falta de pene (una y otra vez). Meñique se dedicaba a vagar por Invernalia, como una sombra del que fue, comentando solo obviedades y cayendo víctima de su propio juego. Bronn solo quiere un castillo y Cersei solo quiere elefantes, y las escenas entre Jon y Daenerys nos parecen cursis, insulsas y aburridas, llegando provocar severos ataques de vergüenza ajena. Nunca más que ahora nos han parecido más lejanos los exquisitos complots políticos, venganzas y romances de Juego de Tronos. 

Verosimilitud

Una ficción puede ser fantasiosa, imaginativa, llena de locos giros argumentales o situaciones alocadas, pero nunca puede ser inverosímil. Todo lo que ocurre debe poder ser procesado adecuadamente por el lector/espectador y nunca (jamás de los jamases) debe animarle a decir «¡Menuda fantasmada!».

Hay quien dice que a una serie en la que hay hechiceros, dragones y muertos vivientes no se le puede pedir que sea realista. Pero no hay afirmación más falaz que esa: es sobre todo en este tipo de ficciones, las que desafían lo que el espectador cree real o no, en las que las técnicas de verosimilitud deben hacer mayor acto de presencia. La verosimilitud no tiene tanto que ver con la realidad como con la apariencia de realidad. Cada autor decide cuáles son las reglas que rigen su mundo y lo debe decidir y establecer desde un principio. Así en el mundo de Juego de Tronos ciertos eventos fantasiosos (como la existencia de dragones) están permitidos, pero por lo demás es un mundo regido por las mismas reglas que el nuestro (las leyes físicas o de la gravedad son las mismas que en el nuestro, por ejemplo). Por lo tanto, dentro del contexto de Juego de Tronos nos parece verosímil que existan los dragones, pero no que alguien tire una manzana al aire y esta caiga «hacia arriba». GoT ha dejado, por varias razones, de ser verosímil, y eso no tiene nada que ver con el elemento fantástico de la serie, sino con una falta de coherencia. 

Hay una multitud de ejemplos de esta falta de verosimilitud solo en esta temporada: que todos parezcan olvidarse acerca de la existencia de la Flota de Euron (punto confirmado por el propio Benioff); que Bronn sea capaz de colarse en Invernalia, charlar con los hermanos Lannister y salir por donde ha venido sin que nadie más se entere; que Tyrion le quite las cadenas a Jaime para liberarle y que este, por su cuenta, tenga que salir de la tienda, abandonar el campamento sin que nadie lo vea y entrar en una ciudad que está siendo sitiada (¡y que lo consiga!), que Arya y el Perro consigan también entrar en King’s Landing horas antes de la batalla (¿quién puede creerse que se puede entrar en una ciudad amurallada que está siendo sitiada?), que Euron dispare tres veces a Rhaegal y que tres veces acierte, mientras que en la batalla de King’s Landing se dispare mil veces a Drogon y no se acierte ni una vez, los múltiples Deux ex machina que pueblan todo el capítulo 8×03, por medio de los cuales muchos personajes son milagrosamente salvados justo antes de morir, que Arya ataque, desde arriba y sin que se nos explique de dónde sale, al Rey de la Noche…

Cabos sueltos

Me encanta la analogía que hace mi adorado FrikiDoctor (cirujano, guionista y friki supremo—echad un vistazo a su canal de YouTube si no lo habéis hecho ya) cuando explica que un guionista debe sembrar para poder recoger luego. Siguiendo la analogía, se podría decir que los guionistas de Juego de Tronos han pecado de intentar recoger sin haber sembrado antes, pero sobre todo, han sembrado mucho que no han querido recoger después. 

Una miríada de cabos sueltos quedan pendientes de respuesta en esta última temporada, y a falta de un solo capítulo ya podemos intuir que no los van a resolver. Algunos personajes han sido despachados literalmente para no tener que terminar sus tramas (casos de Gendry y Fantasma, por ejemplo). Esto echa por tierra el argumento de que no había trama para 10 capítulos en las dos últimas temporadas. Por ejemplo:

—¿Qué escuchó Varys en las llamas tras ser mutilado? Es un misterio que nunca se desvela.

—¿Por qué R’hllor resucita a Jon si no fue para que acabara con el Rey de la Noche? Si bien se nos desvela en la serie que el señor de la Luz resucitó una y otra vez a Beric para que salvara a Arya, aún no se nos ha desvelado la razón de la vuelta de Jon al mundo de los vivos. ¿Lo sabremos en el último capítulo?

—¿Quién era el príncipe —o la princesa— que fue prometido? En la serie nunca se nos nombra a Azor Ahai, tan solo la profecía del príncipe que fue prometido, paladín de R’hllor y motivación principal de Melissandre. Esta trama, de vital importancia hasta la temporada seis, fue abandonada bruscamente. 

—¿Cuál era el objetivo de que Cersei estuviera embarazada? GoT se caracterizaba por ser una ficción que no daba puntadas sin hilo, sin embargo, descubrimos en la temporada siete que Cersei estaba embarazada sin que esto tuviera un efecto real en la trama. Todo hubiera ocurrido virtualmente de la misma forma si ese embarazo nunca hubiera existido.

—La trama del banco de Hierro y la Compañía Dorada. Esta trama parece cerrada, pero en falso. Cersei se curró mucho que el banco de hierro la financiara para poder contratar a la Compañía Dorada, cosa que consiguió (a falta de un par de elefantes), pero ¿de qué le sirvió? De nuevo, nada hubiera cambiado para la soberana de Poniente de no haber conseguido este objetivo. ¿Para qué darle tantas vueltas a una trama que no tiene el menor impacto en el desenlace?

—Robert Arryn y la trama del Valle quedan, literalmente, en el aire. Muchas veces vimos a Sansa hablando (¿conspirando?) con Lord Royce en los primeros capítulos de esta temporada, pero ya parece muy tarde para que nos aclaren si realmente estaba pasando algo.

—¿Para qué viajó Jaime Lannister al norte, luchó en la batalla de Invernalia y se acostó con Brienne de Tarth, solo para volver finalmente al punto de partida? De nuevo, una trama desarrollada que no lleva a ninguna parte.

—Bran y sus habilidades. Primero, la capacidad profética de Bran podría haber ayudado en muchas ocasiones, pero los guionistas no lo quisieron hacer. Según el propio Isaac Hempstead-Wright, Bran le cuenta a Sansa la verdad sobre Meñique… en una escena que fue eliminada del montaje final de la séptima temporada. Podría también haber advertido a Jon sobre Daenerys, y de lo mala que se va a volver. Por otro lado, está su capacidad para wargear, capacidad totalmente infrautilizada desde la muerte de Hodor. Todos esperábamos que durante la batalla de Invernalia fuera a wargear algo importante para influir en el destino de la batalla. No lo hizo, y nadie nos aclara por qué no.

Arcos de personajes

Los arcos de personaje se han convertido de repente en un tema recurrente de conversación, sobre todo por parte de aquellos que intentan (intentamos) explicar qué hay de malo en la octava temporada, y en lo poco que tiene que ver con la incapacidad del espectador de aceptar los hechos que se le muestran si se muestran correctamente. Pero, ¿qué son los arcos de personaje?

Hablando en plata se podría decir que el arco de un personaje es la línea que define su evolución en la historia, el que le lleva desde el punto inicial A hasta el punto final B y que muestra el cambio en su situación, creencias, filiaciones o moralidad. Hay muchos tipos de arcos y muchos autores que defienden uno u otro tipo, pero simplifiquemos al decir que los arcos pueden ser ascendentes, cuando el personaje o sus circunstancias mejoran; descendentes, cuando se da lo contrario; o planos cuando hay pocos o ningún cambio en el personaje o sus características.

Hemos visto arcos de personaje muy complejos en Juego de Tronos, y esa es una de las cosas que siempre me ha gustado más de la saga, tanto literaria como televisiva. No hay más que pensar en la evolución de personajes como Sansa, Arya, El Perro, Jorah Mormont, Jaime Lannister o Theon Greyjoy para entender a qué me refiero. Sin embargo, la evolución de los personajes, sus arcos, deben estar dotados de coherencia y últimamente esa coherencia parece haber caído en picado.

Un ejemplo muy claro, ya citado más arriba, es el caso de Jon. Jon, renacido por la gracia del Señor de la Luz y por mediación de Melissandre parecía postularse muy claramente como paladín de R’hllor. Era muy lógico que fuera Jon quien acabara con el Rey de la Noche, y no solo por mantener la coherencia mitológica. Era también, desde el inicio de la serie, el personaje principal más involucrado con la lucha contra los caminantes blancos y el primero al que vemos acabar con un espectro, allá por la primera temporada. Tenía, además, fuertes razones personales para querer acabar con el Rey de la Noche, tras la derrota sufrida en Casa Austera. Incluso, hubiera sido más lógico que Daenerys acabara con el Rey de la Noche, teniendo también razones personales tras la pérdida de Viserion. Aquí, Arya hace una apropiación de arcos ajenos, al acabar con el Rey de la Noche sin ella tener ninguna vinculación con él. Sí, es inesperado y es espectacular, pero primar la espectacularidad sobre la coherencia no suele dar los mejores resultados.

El de Jaime es otro ejemplo de arco malogrado. Todo indicaba que el del Matarreyes sería un camino de la perdición (chico malo de Poniente, rompedor de juramentos y fornicador de hermanas reales) a la redención, mediante un via crucis a modo de aprisionamiento, mutilación y amistad con la no-caballero más honorable del continente. Cuando a finales de la séptima temporada abre los ojos finalmente con respecto a su hermana gemela y viaja al norte para unirse al equipo de “los buenos”, ese arco de redención parecía casi acabado… para acabar unos cuantos episodios más adelante, fanservice con Brienne mediante, en el punto de partida para morir junto a Cersei por ladrillazo, igual de enamorado de ella que siempre. Un sinsentido.

Sería muy fácil decir, como Daenerylieber que soy, que al arco de personaje de la Reina de Dragones le falta coherencia, aunque no creo que esto sea del todo cierto. En esta entrada del blog de Carlos Pérez Casas se describen los pasos necesarios para trasformar a un héroe en un villano, pasos que D&D parecen haber seguido al pie de la letra. Entonces, ¿por qué parece que el arco de Daenerys no funciona y somos incapaces de asimilar su cambio? 

Quizás la respuesta a esto es la premura con la que este arco inició su camino descendente. Muchos espectadores de la serie hacen ahora un análisis retrospectivo para hacernos ver las ocasiones en las que debimos ver que Daenerys iba a terminar tan loca como su padre, al decir cosas como que iba a conquistar el mundo con sus dragones y blablabla. De nuevo tengo que citar a FrikiDoctor y recordar que, como todo científico sabe, los estudios retrospectivos tienen un importante sesgo. Y la verdad es que los guionistas no nos han preparado para este giro, porque querían sorprendernos, primando de nuevo la espectacularidad sobre la coherencia. Si nos hubieran querido preparar para la caída a los infiernos de Daenerys Targaryen nos podrían hecho sentir alguna empatía por los Tarly, por ejemplo, en vez de mostrar al padre como un hombre inflexible y rígido y al hijo como un lelo. Sentimos por primera vez esas muertes como un hecho malvado por medio del dolor de Samwell Tarly, personaje al que sí que apreciamos, ya entrados en la temporada ocho. Aparte de ese par de comentarios sobre conquistas violentas dichos al vuelo por Daenerys, nunca vemos algo que nos haga dudar de ella. De hecho, el camino recorrido por la Reina Dragón hace que nos involucremos emocionalmente con ella de manera muy profunda, vinculación que no se puede deshacer en dos o tres episodios. Recordemos tan solo que el arco de redención de Theon (uno de los más completos de la serie) empezó allá por la temporada tres, y pasaron dos o tres temporadas completas antes de que realmente empatizáramos con él. Su redención acabó finalmente en el capítulo 8×03, al morir defendiendo a Bran. Se nos conceden veinte o treinta horas de metraje para poder confiar en Theon, pero apenas dos o tres para desvincularnos de Daenerys. Verla, de buenas a primeras, imprecando a Jon o matando civiles indiscriminadamente nos sumerge en una sensación de irrealidad, como si Emilia Clarke estuviera, de repente, interpretando a otro personaje. 

En definitiva, el guion de la octava temporada de Juego de Tronos ( y el de la séptima) está lleno de incongruencias, fallos, agujeros y lugares comunes, muy lejos del nivel que se espera de esta superproducción ampliamente financiada y del que mostraba solo unas temporadas atrás. Cuesta mucho pensar que la única razón de esta bajada en el nivel sea la falta de material en el que basarse (los libros de Martin se agotan al final de la quinta temporada), y sin embargo, esta parece ser la más plausible. Ahora solo queda ver, con cierto desinterés y sensación de trámite, el sexto capítulo de esta temporada, que será el último de una serie que ha caído en barrena. Que los Siete nos cojan confesados. 

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