¡Feliz San Valentín a tod@s! No conozco mejor manera de celebrarlo (bueno, sí, pero no es decente decirlo aquí) que con un relato.
Este lo escribí para la Recopilación de San Valentín 2010 de la Colección Homoerótica, si lo queréis descargar entero, ya sabéis. http://www.coleccionhomoerotica.com/viewstory.php?sid=98
Os dejo con el relato
Muerte de un chapero
1ª noche: 11 de febrero
Rubén se subió un poco más el cuello de su abrigo y aprovechó para exhalar el aliento en la palma de sus manos. Se había dejado los guantes en casa y ahora empezaba a arrepentirse de no haber vuelto para recogerlos. El aire cortaba y se arremolinaba en torno a sus rodillas, haciendo volar el bajo de su abrigo y pegando la tela de los pantalones contra la piel de sus piernas.
Una bolsa de plástico vacía voló a su lado arrastrada por la corriente de la que él mismo quería protegerse, seguida por otros ligeros objetos que se habían ido quedando en las aceras tras años de limpieza municipal ineficaz. Esta era la zona chunga de la ciudad, en la que los barrenderos hacían un servicio rápido y en la que la policía sólo hacía acto de presencia cuando era absolutamente necesario.
Intentando esquivar un condón usado que había en la acera casi se tropieza con una rata que comía de un cubo de basura volcado y parcialmente quemado. El animalito le miró con sus ojillos rojos antes de salir corriendo y entrar en las alcantarillas. Reprimió una mueca de asco al ver que un ejército de cucarachas asistía al mismo festín y siguió de largo.
Se cruzó con unas pocas personas en la calle, casi todos hombres. Era muy tarde en realidad, algo más de las doce, pero siempre había pensado que esa hora tenía algo de mágico y además él mismo acostumbraba a trabajar de noche. Sabía muy bien lo que estaba buscando, pero sólo una vaga idea de dónde encontrarlo, aunque no se le pasó por la cabeza preguntar por direcciones a alguno de los que se cruzaba por la calle: coreanos de ojos taimados, negros que trapicheaban en un callejón oscuro, un grupo de skin heads que golpeaban el asfalto con sus Dr. Martens. Rubén pasaba al lado de ellos fingiendo ser invisible, sabiendo que estaba en un lugar que no lo reconocía como propio.
Empezó a sentirse algo más seguro cuando llegó a la calle de las putas. Aunque la explícita sexualidad de esas mujeres le intimidaba un poco, al menos sabía que allí no era un extraño. Varios hombres como él vagaban por la calle, andando o en coche, mirando la piel que se exhibía bajo las fría luz de las farolas. Varias de ellas se acercaron, susurrando sugerentes proposiciones en su oído, guiando sus manos hasta ciertas partes de su anatomía. Rubén se desembarazó de ellas con una tímida sonrisa y siguió de largo.
Se alejó de esa calle, encaminándose hacia un callejón oscuro. Bajo la entrada en forma de arco, había una farola con el cristal roto, cuya bombilla brillaba a intervalos con una luz que era más débil que el zumbido que producía. Un grupo de chicos estaba allí de pie, dedicándose a lo mismo que las mujeres de la calle de al lado, pero un poco más escondidos y con menos compañía.
Lo que vio allí fue una gran decepción, ninguno de ellos respondía a lo que él estaba buscando: uno era muy alto y desgarbado, otro demasiado delgado, otro tenía el tronco muy corto en relación a unas piernas larguísimas, el último era un transexual.
Se paró a unos metros del grupo, los brazos colgando laxos a los lados del cuerpo en un gesto de elocuente decepción. Los chicos lo miraron, percatándose al final de su presencia y se dispuso a darse la vuelta e irse antes de llamar más la atención. Justo en ese momento oyó el ronroneo de un coche y un deportivo negro tomó la curva y paró cerca de él, junto a la acera. En su interior había un joven. Se inclinó sobre su asiento, como si estuviera despidiéndose del conductor y luego salió. Rubén lo siguió con la mirada: sus perfectas proporciones, su porte elegante, su caminar tranquilo, su hermoso rostro. Parecía un dios griego esculpido en mármol que había cobrado vida gracias al fuego de Prometeo. Se unió a los demás prostitutos y se apoyó en la farola. Se subió el cuello de la chaqueta, ocultando la parte inferior de su rostro, y encendió un cigarrillo, protegiendo la llama del mechero en el hueco formado por sus manos. Inhaló el humo y luego lo expulsó, dejando que el aliento de sus pulmones se mezclara con el gélido aire de la ciudad.
Durante todo el rato, Rubén lo había estado contemplando, hasta que sus pies se movieron de nuevo y sus pasos se dirigieron hacia él.
Al ver que al final el extraño se unía a ellos, los chaperos se le acercaron y le rodearon como un grupo de chacales en espera de una presa. Rubén permitió que se acercaran, dejándose mirar por ellos y mirándolos a su vez.
—Hola guapo, ¿has venido a divertirte? —el chico delgadito, que se llamaba Manu, se acercó frontalmente, dejándole estudiar su rostro—. Porque si es así, yo soy el que mejor puede atenderte.
—¿Ah, sí? —el hombre rodeó a Manu, admirando su cuerpo—. Me parece que no, no eres lo que estoy buscando, en cambio tú… —miró al que estaba junto a la farola, que aún se fumaba su cigarro con tranquilidad. Era el único que no se había acercado. Rubén se permitió un estudio más de cerca, bajando su mirada por ese cuerpo perfecto con un pausado deleite del que no se creía capaz—. Tú sí que lo eres.
El joven lanzó el cigarrillo, que fue a caer en un charco de agua, chisporroteando brevemente mientras su llama se apagaba. Se separó de la farola con parsimonia y se colocó frente a Rubén con un aire altivo y confiado. Se dio una vuelta completa, con los brazos en cruz, dejando que el posible cliente le mirara.
—¿Te gusta? —inquirió cuando volvió a estar frente a él.
Rubén asintió.
—¿Te han dicho alguna vez que tu cuerpo tiene unas proporciones perfectas?
Se oyeron alrededor un par de risitas, no era el comentario más común.
—Me lo tomaré como un cumplido —el prostituto esbozó una curiosa sonrisa—. ¿Quieres o no?
Rubén asintió.
—Entonces no hay nada más que hablar, ¿no? Cuarenta por chupártela, cincuenta si quieres follarme. Y con condón, que si no, no hay trato.
—Está bien. Vamos.
Caminaron un rato sin hablar, saliendo de esa parte de la ciudad para entrar en el casco viejo. Tras unos minutos de paseo, se pararon frente a un portal y Rubén sacó unas llaves. La puerta de madera estaba carcomida y crujió levemente cuando se abrió.
—Pasa.
El zaguán era oscuro y estaba sucio. El final del pasillo se abría hacia unas escaleras estrechas y en muy mal estado.
—¿Vives aquí? —preguntó al fin el prostituto.
—Ajá —subieron varios pisos hasta llegar al ático. Era un edificio viejo y no tenía ascensor, seguramente por eso sería lo más barato—. Ya sé que es un poco cutre —dijo como disculpándose mientras abría la puerta—, pero a mí me gusta.
El chico entró y se encontró en un cuarto en tinieblas rodeado por extrañas figuras, como si la oscuridad estuviese poblada por siniestras amenazas, pero al ir encendiéndose las luces pudo ver que no eran más que estatuas y esculturas, en diferentes estados de composición. El ático era un loft, amplio y con grandes ventanales, pero estaba en muy mal estado. El papel de las paredes estaba desprendiéndose y olía un poco a moho y a humedad.
—Pues sí que es cutre.
—Ya, bueno —Rubén se quitó el abrigo que llevaba y se puso un suéter de lana—. Dicen que un poco de decadencia es buena para una artista.
—¿Eres escultor?
—Ajá. Este no es sólo mi piso, también es mi taller. No me has dicho tu nombre.
De repente, notó que de nuevo su cliente le estudiaba con la mirada, e inexplicablemente se puso nervioso.
—No suelo decírselo a mis clientes.
—Yo me llamo Rubén.
Asintió, muchos hombres le decían su nombre para que lo gimiera mientras se lo follaban.
—Muy bien, ¿y entonces?
—¿Entonces qué? Ah, sí claro. Perdona —le lanzó una sonrisa—. Lo siento, hace un poco de frío aquí, pero he encendido la estufa al lado de la cama —le señaló un estructura de madera donde descansaba un colchón desfondado, cubierto por una sábana blanca—. Desnúdate, por favor.
Se dispuso a hacer uno de sus célebres stripteases, pero se sorprendió al ver que el otro se daba la vuelta y empezaba coger unas herramientas que había dentro una taza de cerámica. Le miró por encima del hombro.
—¿Aún no has empezado? ¿Te da vergüenza desnudarte?
—No que va, es sólo que pensé que… que a lo mejor querías mirar.
El hombre le dio la espalda de nuevo, así que se despojó de su ropa sin más preámbulos. Cuando sólo le quedaba la ropa interior se sentó en la cama a esperar que terminara.
El escultor volvió a mirarle.
—Levántate.
—¿Qué?
—Que te levantes, por favor —Rubén se acercó a él, con una sonrisa de total naturalidad, como si estuviera haciendo lo más normal del mundo.
—¿No prefieres que esté tumbado? —empezaba a sentir que algo no iba como debía. Rubén negó con la cabeza—. No serás uno de esos raritos, ¿verdad? Si me vas a follar, prefiero que sea algo convencional.
Rubén rió mientras caminaba alrededor de él, observando su cuerpo con el detenimiento de quien está decidiendo si comprarse o no un sofá. El joven se sintió estudiado de nuevo, como si esos ojos pudieran ver más allá de su desnudez. Se ruborizó bajo ese escrutinio, aunque no percibía en él ninguna intención lujuriosa
—No, no soy ningún rarito —se alejó de nuevo y lo miró desde la distancia—. Pero es verdad que lo que te voy a pedir no es muy convencional.
Se sentó en la cama y le indicó al otro que se sentara a su lado. El chico se tensó, esperando un contacto que no llegó. El hombre se limitó a apoyar sus manos en los muslos.
—Aún no te he explicado muy bien de qué va todo esto y tú me estás malinterpretando, pero eso es culpa mía —le miró a los ojos—. No te he contratado para tener sexo contigo.
—¿No quieres follar? —el prostituto le miró con los ojos muy abiertos
—No.
—¿Por qué no? —su voz delató un ligero tono a orgullo roto—. ¿No te gusto?
Rubén esbozó una melancólica sonrisa.
—Eres muy hermoso, si eso es a lo que te refieres, y esa es la razón por la que estás aquí. Así que sí, me gustas, pero no en ese sentido. Ven —se puso de pie y caminó hacia una mesa que había en el centro de la habitación.
Una vez allí, el hombre le descubrió una pequeña estatua de arcilla que había sobre ella. Parecía más bien el esbozo de una escultura, pues sus formas estaban difusas, carentes de detalles concretos. Representaba a un hombre tumbado de costado, como dormido, pero en una posición a todas luces incómoda. En su rostro crispado se leía enfado, rabia y una pena muy profunda. Esbozo o no, ya estaba cargado de significado.
—¿Qué es?
Rubén se apoyó en el respaldo de una silla, mirando al boceto fijamente.
—Es un proyecto de clase. Mi profesor de escultura cree que si no conocemos los fundamentos de la escultura clásica, no podremos dominar los nuevos conceptos. Un punto de vista interesante —le guiñó un ojo—. En todo caso, quiere que realicemos una escultura neoclásica en mármol y tomemos un tema de la mitología griega para ello.
—Pero esto es arcilla, ¿no?
—Sí, claro. Esto es sólo un boceto, para luego esculpir la definitiva, que será de tamaño natural. Pero, ¿sabes? No consigo hacerla del todo bien, no estoy satisfecho con el resultado.
—¿Por qué no? A mí me parece bonita.
—Bonita —Rubén bufó—, no debe ser bonita, debe ser…, debe parecer real, en movimiento, viva… Pero no lo consigo. Por eso estás aquí. Necesito un modelo.
—¿Un modelo?
—Sí, alguien real en quien basar mi escultura, alguien de carne y hueso, alguien imperfecto.
—Yo no soy imperfecto —se quejó el chico.
—Claro que lo eres, todos lo somos, eso es lo que nos hace especiales, únicos. Necesito a alguien de verdad que le de a mi escultura imperfecciones y defectos que lo hagan parecer único a él también.
—¿Y qué tendría que hacer?
—Nada —Rubén se encogió de hombros—, sólo tumbarte en la cama y posar para mí cada noche.
—¿Cómo que cada noche?
—Bueno, si aceptas el trabajo necesitaré que vengas varias veces, hasta que termine el boceto.
—¿Por cuánto rato?
—Un par de horas cada noche. ¿Cuánto me cobrarías por eso? ¿Cien euros? —ofreció.
—No lo sé, nunca me habían pedido algo así —el prostituto pareció dubitativo un momento. Cien euros por no hacer nada más que estar tumbado un par de horas era una agradable variación de su rutina.
—Entonces, ¿trato hecho? —el escultor le ofreció una mano, con un ligero atisbo de ansiedad, como si pensara que el otro no aceptaría.
El chico se la estrechó, devolviendo la sonrisa.
—Trato hecho.
2ª noche: 12 de febrero
—Eh, ¿a dónde te vas? —Manu corrió tras su compañero al ver que este se dirigía a la salida de la calle. No era normal que se fueran de allí si no iban acompañados de un cliente.
Él siguió caminando, fumando su cigarrillo y haciendo un esfuerzo por ignorar al otro, con la esperanza de que lo dejara en paz.
—Oye tío, ¿a dónde vas? —repitió Manu.
—Joder, ¿y a ti que te importa? —se desembarazó con brusquedad de Manu, que lo había agarrado por la manga de la chaqueta. Manu corrió y se puso ante él, obstaculizando su camino—. Quítate de en medio, mocoso de mierda.
—Dime a dónde vas, y me aparto.
Suspiró hastiado, luego miró su reloj. Se le hacía tarde.
—Tengo una cita. Y ahora, apártate.
Pero en vez de eso, Manu volvió a pararle.
—¿Con quién? ¿Tienes novia?
—No imbécil —le dio un empujón que lo hizo caer—. Con un cliente.
Manu se quedó unos instantes más sentado en el suelo, viendo como el otro se perdía entre la bruma, luego vio un coche que se dirigía a su puesto de trabajo y se levantó dispuesto a llevarse ese cliente, pero sintiendo dolor al levantarse. “Maldito cabrón”, pensó mientras caminaba. “Me va a salir un moretón en el culo”.
—Llegas tarde —fue todo el saludo que recibió mientras el escultor le abría la portería.
Subió las escaleras de dos en dos y se encontró que la puerta del loft estaba abierta. Asomó la cabeza. No se veía a Rubén por ninguna parte.
—Toc, toc —dijo fingiendo tocar en la puerta de madera.
—Pasa y vete desnudándote —la voz de Rubén sonaba lejana, como desde otro lado de la estancia.
Cerró la puerta tras de sí y se dirigió a la cama. Sobre la silla que había junto a ella estaban sus cien euros. Se los metió en el bolsillo, se desnudó y se tumbó.
—No, levántate —Rubén apareció por una puerta al fondo que no había visto la noche anterior. Llevaba una cinta métrica en la mano.
—¿Vas a medirme? —preguntó divertido mientras se incorporaba.
—Sí, ya te dije que será de tamaño original y quiero mantener tus proporciones.
Sin más preámbulos empezó a medirle, primero su altura y luego la longitud de su brazos desde el hombro a la muñeca, de sus piernas desde el hueso de la cadera hasta el tobillo, las manos, los pies, la envergadura de su pecho y sus caderas. Conforme tomaba las medidas iba apuntándolas en un cuadernillo.
—¿No me vas a medir la polla? —preguntó con maldad.
El escultor negó muy serio con la cabeza, como ajeno al hecho de que le estaban gastando una broma.
—No voy a esculpir los genitales.
—Y entonces, ¿por qué me haces quitarme los calzoncillos?
—Porque los glúteos sí que necesito verlos —terminó de apuntar las medidas y se giró—. Túmbate.
Como la noche anterior, Rubén se limitó a decirle como debía colocarse antes de concentrarse en la arcilla y mantenerse en silencio. Después de estar un rato callados, el prostituto empezó a aburrirse. Proveniente de la calle se oía una canción que a él le gustaba, quizá de la radio de un coche o de otra de las casas. Inconscientemente empezó a tararear y a seguir la tonada con el cuerpo.
—No te muevas por favor.
—Joder, es que me aburro.
—Lo siento, pero no te muevas.
Se centró entonces en estudiar a su cliente. Era joven, aunque no tanto como él mismo, quizá tendría unos veinticinco. Tenía un pelo negro que se arremolinaba de manera muy graciosa formando rizos y ondulaciones en su cabeza. Su nariz era recta, sus labios llenos y sus ojos muy oscuros. Le estudió mientras trabajaba, tan absorto que no se daba cuenta de que lo miraban. A pesar de ser muy grandes, sus manos se movían con destreza y habilidad sobre la arcilla, moldeándola y creando en ella formas llenas de vida. Sus brazos se tensaban y sus hombros se mantenían rectos mientras inclinaba la cabeza para contemplar su obra más de cerca, antes de alejarse y seguir con el trabajo. Se imaginó esas mismas manos sobre su propia piel, manejándole como hacía con la arcilla, tratándole con esa mezcla de ternura y determinación. Se estremeció.
—¿Desde cuándo eres escultor? —el otro se limitó a encogerse de hombros—. Oye, si me vas a tener aquí quieto lo menos que puedes hacer es hablar conmigo, ¿no?
—¿Desde cuándo eres prostituto? —la pregunta quizá le hubiera molestado en otras circunstancias, pero ahora fue dicha sin ninguna maldad, sólo con una ingenua curiosidad.
—Desde los dieciséis. Ahora tú.
Volvió a encogerse de hombros.
—No lo sé, desde siempre. Mi madre dice que de pequeño hacía obras de arte con la arena de la playa o con el barro del jardín, así que empezaron a comprarme plastilina, arcilla, esas cosas. Empecé a tomar clases a los trece o catorce años. Ahora estoy aprendiendo a trabajar materiales más rígidos. Primero aprendí a forjar metales y a esculpirlos. Ahora estoy aprendiendo a trabajar las piedras.
—Ya veo. Por eso vas a hacer la estatua de mármol.
—Ajá.
Hubo un nuevo silencio. El chico se movió de nuevo para rascarse la espalda, intentando hacerlo en un momento en que el escultor no le mirara para que no se diera cuenta.
—No te muevas —repitió el escultor con voz monótona.
—Lo siento —musitó.
—Aún no me has dicho cómo te llamas.
—Ya te dije que no se lo digo a mis clientes.
—Pero yo no soy un cliente normal —levantó la mirada de su trabajo—, quiero decir, que yo no…
—¿Y qué diferencia hay? Estoy desnudo en tu cama, y si estoy aquí es porque me estás pagando. Si no me quieres follar es tu problema, pero eres un cliente al fin y al cabo. Tampoco se lo digo a nadie en la calle.
—¿Entonces cómo te llaman?
—“Chico guapo”. Así me llaman.
—Y nadie sabe cuál es tu nombre —no fue una pregunta.
—No.
—¿Pero por qué no se lo dices?
—Porque a ellos les da igual. No me necesitan a mí, sólo a alguien a quien follarse. Igual que tú, que sólo necesitas un modelo que se esté quietecito. Si no fuese yo, sería cualquier otro. Tú tampoco me necesitas a mí.
Rubén levantó la mirada de la arcilla por un rato más largo esta vez, al notar la amargura en el tono de su voz.
—Cuando alguien me necesite a mí —continuó con la voz rota—, cuando alguien venga a estar conmigo —remarcó esa última palabra señalando su pecho—. Entonces a esa persona le diré cómo me llamo.
El escultor lo miró una vez más, aprehendiendo la tristeza que se veía en ese rostro, sabiendo que si pudiera captarla en su escultura, esta sería su obra maestra.
3ª noche: 13 de febrero
“Chico guapo” llegó a la hora habitual y se desnudó sin decir una palabra. Rubén se dio la vuelta mientras él se quitaba la ropa, no queriendo parecer indiscreto si le miraba mientras lo hacía. En su fuero interno sabía que era una tontería, pues se iba a pasar las siguientes dos horas observando ese cuerpo que ahora se desplegaba a sus espaldas, aprendiéndoselo de memoria, creando sus formas con sus manos en la húmeda piel de la arcilla.
—Ya está —dijo el muchacho a sus espaldas.
Cuando se giró ya estaba tumbado sobre el costado derecho, con el brazo izquierdo por detrás de su espalda, el derecho bajo su cuerpo y la cabeza ladeada de forma que sus cabellos castaños se desparramaban sobre el blanco de la sábana. No pudo evitar que sus ojos pasearan por el cuerpo del prostituto con un interés nada artístico antes de darse cuenta de que la posición no era del todo correcta. Miró su boceto de arcilla un instante para cerciorarse y luego se dirigió al original.
—Estás mal colocado —le amonestó—. Eleva un poco más la cadera.
—¿Cómo? —se colocó como le pedía—. ¿Así?
—Sí, pero el brazo… —Rubén se acercó poniéndose detrás de él. Cogió el brazo del muchacho y lo colocó como debía estar, sintiendo bajo sus dedos la delicada piel. Luego dirigió sus manos a la cintura del joven, guiando sus movimientos—, y la cadera, gírala un poco. Así.
—¿Estás seguro de que era así como estaba colocado ayer?
—Sí, estoy seguro —tardó un momento en darse cuenta de que su mano seguía posada sobre esa cálida piel. La apartó rápidamente mientras sentía su rostro arder—. ¿Estás cómodo?
—No me quejo.
Rubén volvió a la arcilla esperando que el otro no se hubiera dado cuenta de su súbita turbación. Ni siquiera la humedad de la arcilla al ser trabajaba podía borrar de la palma de sus manos la candente sensación que esa piel le había dejado.
—Oye, puedes follarme si quieres —Rubén volvió a mirarle a los ojos. El muchacho le observaba tranquilo, como si le estuviese hablando del tiempo, pero pudo notar un tono de desafío en su voz—. Ya me tienes desnudo aquí y me estás pagando. Así que si quieres, puedes follarme.
—Yo no pago por sexo —respondió lacónico, volviendo sus ojos a su trabajo, concentrándose en el pequeño dios de arcilla que nacía bajo sus manos.
—¿Ah, no? Pues para no querer pagar por sexo, bastante cachondo que te acabas de poner.
Volvió a elevar su mirada.
—Yo no…
—Y una mierda de vaca, no lo niegues. Te has puesto cachondo.
Rubén le dedicó una culpable mirada.
—Eres gay, ¿verdad? —siguió el prostituto.
Rubén asintió. Ya no había caso en mentirle.
—Pero aún así, no voy a tener relaciones contigo, por mucho que me gustes.
—O sea —rió triunfal—, que te gusto.
—Me pareces muy hermoso, ya te lo dije. Pero no me voy a acostar contigo.
—No lo entiendo, pero si dices que te gusto…
—No sé en qué mundo vives tú —le espetó—, pero yo no me acuesto con todas las personas que me gustan, ni demuestro mi afecto a base de sexo.
—Pues yo vivo en un mundo en el que todo el que quiere tenerme me tiene, a cambio de un precio —contestó mostrando una petulante sonrisa de autosuficiencia.
—¿Y eso te hace feliz?
—¿Feliz? Es mi trabajo, no tiene que hacerme feliz.
—Pues yo creo que tú vales para algo más que para eso.
—Qué sabrás tú. Si te acostaras conmigo descubrirías que he nacido para ser un chapero.
—Ya te dije que yo no pago por sexo.
—¿Y por qué no? —preguntó burlón—. No me vengas con ese rollo de que a ti no te hace falta.
—No es por eso, es por principios. No me parece bien la prostitución.
—Yo tengo que ganarme la vida —el modelo elevó la cabeza, poniéndose a la defensiva.
—Sí claro —Rubén volvió al trabajo mientras hablaba, no atreviéndose a enfrentar los ojos del otro—. No lo digo por ti, ni por las personas que se prostituyen. Lo digo por los clientes. No entiendo que haya hombres que paguen por sexo, que se acuesten con mujeres o niños, o con chicos —añadió—, que muchas veces están siendo sexualmente explotados, que no ejercen la prostitución de forma voluntaria. Todos esos hombres están financiando a mafias que se dedican a traficar y esclavizar a personas. Eso es con lo que estoy en contra.
—¿Y si la persona ejerce la prostitución de manera voluntaria?
—Entonces no me parece tan malo desde el punto de vista moral, pero sigo sin entender a las personas que pagan por compañía.
—Es decir, que a quien condenas es al cliente.
—Ajá.
—Pues no te entiendo. Tú me estás pagando por estar aquí.
—Ya claro, pero es que no puedo acercarme al primer hombre adecuado que vea por la calle y pedirle que sea mi modelo. Nadie haría eso gratis.
—Por eso mismo. Muchos de mis clientes son hombres con los que nadie se acostaría gratis.
Rubén volvió a mirarle, sintiendo que le estaban ganando en su propio terreno.
—No es lo mismo. Yo no soy un pervertido, ni hago nada deshonesto contigo.
—No, lo que tú eres es un hipócrita.
—¿Cómo? —ahora sí levantó la mirada con asombro, encontrándose con el rostro del otro, que sólo mostraba enfado.
—Lo que has oído, eres un hipócrita —se sentó en la cama dejando de posar—. Estás pagándome por estar aquí, dándome dinero por ejercer la prostitución, porque eso es lo que hago, ¿y crees que como no me follas estás libre de pecado? ¿Cómo sabes que yo no soy uno de esos chicos explotado por las mafias? ¿Que no tengo un chulo al que darle el dinero que me pagas? ¿Crees que si fuera así, ese dinero tuyo financiaría menos a las mafias sólo porque no me estás follando? —se puso en pie, temblando de enfado—. Te adjudicas tal altura moral, y ni siquiera me has preguntado si soy mayor de edad.
—No me digas que eres menor —Rubén palideció visiblemente.
—Tengo diecinueve, capullo, así que puedes dormir tranquilo esta noche, sabiendo que eres el hombre más honorable del mundo por tener a un puto desnudo en tu cama, ponerte cachondo mirándole, pero no darle por el culo. Vaya fuerza de voluntad la tuya.
Empezó a vestirse, aún muy enfadado.
—¿Qué haces? —Rubén se acercó a él—, aún no he terminado.
—Sí, sí que has terminado —el joven dio un paso atrás, alejándose del escultor—. Soy un puto, un gigoló, un chapero, eso es lo que soy, te guste o no. Y si no vas a tener los huevos de follarme, me voy, porque posar no es mi trabajo.
Con sólo los zapatos y los pantalones puestos, cogió su camiseta y su chaqueta y salió del loft dando un portazo.
Rubén volvió a su boceto, que ahora era una preciosa miniatura del chico enfadado que acababa de salir. Cerró los ojos, intentando concentrarse en el brillo de sus ojos, en su impulsivo carácter, en la fuerza de sus palabras, e intentó plasmarlo todo en la arcilla. No tardó mucho en darse cuenta de que su inspiración había salido volando tras él.
4ª noche: 14 de Febrero.
El prostituto se levantó de la cama y se desperezó.
—Eh, chico guapo, aún no he terminado contigo.
Se giró para ver cómo el hombre que le acompañaba rodeaba su cintura e intentaba volver a meterlo en la cama. Era uno de los habituales, como él los llamaba, uno de esos que aparecían al menos una o dos veces al mes para buscarle. Este en concreto tenía el detalle de llevarlo a una pensión en vez de hacérselo en un coche.
—Me parece que ya has terminado, salvo que tengas algo más que darme —extendió la mano, con la palma hacia arriba.
El hombre le miró desolado.
—Te lo daré la semana que viene.
Se levantó de la cama, negando con la cabeza.
—Pues entonces será la semana que viene —se miró en el espejo de cuerpo entero que había en la habitación, el único detalle lujoso que había en ese cuarto cochambroso, y estudió sus rasgos y sus formas, pensando en las cosas que Rubén le había dicho. ¿Era en verdad un hipócrita? ¿O sólo era demasiado ingenuo? Tocó la piel de su abdomen y su cintura, justo donde el escultor le había acariciado la noche anterior e intentó mirarse con los ojos de un extraño, preguntándose que vería él al mirarle. El hombre que le acompañaba se acercó y le rodeó la cintura, abrazándole por detrás.
—Oye, ¿tú crees que soy hermoso? —le preguntó al encontrar la mirada del otro a través del espejo.
—Lo que yo creo es que tienes un polvazo encima —acarició con lascivia la piel de sus costados.
—No me refiero a eso. Me refiero a si crees que tengo un cuerpo bonito.
—Sí que lo creo, cada vez que lo veo me dan ganas de follarte.
Un pinchazo de decepción se aposentó en la boca de su estómago, aún a pesar de los esfuerzos que hizo para reprimirlo.
—Tengo que irme.
Se vistió y se fue, pensando en las palabras del escultor. A pesar de que se había propuesto no volver allí, sus pasos le dirigieron hasta su casa. Cuando se vio ante el portal dudó un momento. Quizá Rubén no quería volver a verle después de las cosas que le había dicho, seguramente ya habría salido en busca de un nuevo modelo. Sintió un dolor sordo en el pecho al pensar en que esa estatua no tuviera ya su rostro ni sus formas. Aún así, le debía una disculpa. Tocó el timbre.
—¿Sí? —la voz del escultor sonó sorda a través del telefonillo.
—Soy yo.
Hubo un momento de silencio.
—Llegas tarde.
La puerta se abrió y subió las escaleras. El escultor le estaba esperando en la puerta del loft.
—Pensaba que no ibas a venir.
—Lo sé, pero es que…
—No importa. Anda pasa.
Sus cien euros estaban en la silla como siempre, dándole a entender que Rubén lo había estado esperando. Reprimiendo un rapto de culpabilidad empezó a quitarse la ropa.
—Creo que esta noche será la última vez que te necesitaré.
Se giró para mirarle. Rubén se concentraba en humedecer la arcilla para seguir trabajándola.
—Oye, si estás enfadado conmigo por lo de ayer…
—No, no es eso —el otro le sonrió conciliador—. Es que está casi terminada.
—¿En serio? —se acercó a la mesa y observó la estatuilla. Pudo reconocer sus facciones en la imagen y las familiares líneas de su cuerpo. Era extraño, como verse a sí mismo desde fuera—. Es muy hermosa —dijo con admiración.
—Eres tú, nada más.
El cumplido hizo que se ruborizara.
—Aún no me has dicho a quién estás esculpiendo —el escultor le miró sin comprender—. Me dijiste que tenías que elegir un tema de la mitología griega —señaló la estatuilla—. ¿Quién es?
—¿No te lo he contado?
—No.
—Túmbate por favor —mientras lo hacía, Rubén siguió hablando—. La escultura se llamará “Muerte de Patroclo”.
—¿Pa… quién?
—Patroclo —explicó—. ¿No sabes quién es? —el prostituto negó con la cabeza—. Bueno pues según La Iliada , era el amigo de Aquiles. Ese sí sabes quién es, ¿no?
—¿El del talón? —preguntó el muchacho mientras tomaba su postura en la cama.
—Sí ese. Levanta un poco más la cadera, eso es. Durante la guerra de Troya, Aquiles y Patroclo lucharon juntos, pero Patroclo murió y Aquiles enloqueció de dolor.
—¿Enloqueció de dolor? ¿Por un amigo? —pareció pensar un momento—. ¿O se lo estaba tirando?
—Bueno, Homero no lo dice explícitamente —Rubén ya estaba concentrado en la arcilla—, pero la verdad es que el desmesurado dolor de Aquiles daba a entender que ambos eran amantes, lo cual era un escándalo.
—¿Por qué? Yo pensaba que los griegos y aceptaban las relaciones homosexuales.
—Más o menos. Ellos no se clasificaban a sí mismos porque les gustaran los hombres o las mujeres, sino por si eran activos o pasivos. Lo que quiero decir, es que en la antigua Grecia no estaba mal visto que un hombre sodomizara a otro de menor posición, a un esclavo por ejemplo, pero sí estaba mal visto que él se dejara sodomizar.
—O sea, que mientras no te den por culo, puedes hacer cualquier cosa, ¿no?
—Tienes un lenguaje muy florido —rió—, pero sí, algo así. La única manera en la que un joven de buena posición podía tener una relación con un hombre mayor era si este hombre era su erastés.
—¿Su qué?
—Su erastés. Un hombre podía tomar como pupilo a un joven convirtiéndolo en su erómeno. Generalmente este joven podía ser el hijo de un amigo o algo así, y el hombre mayor, el erastés, se encargaba de instruirlo, de ayudarle a convertirse en un hombre…
—Y de paso se lo follaba.
—Ajá, aunque ese tipo de relación sí que estaba permitida. Pero en el caso de Aquiles y Patroclo, la cosa está más difícil de definir.
—¿Y eso por qué?
—Porque se podría decir que el erastés era Aquiles, ya que parecía ser el más dominante, pero por otro lado, Patroclo no podía ser el erómeno de la relación, porque era mayor que Aquiles. Así que probablemente por esa razón, Homero no quiso escribir explícitamente que ambos eran amantes, pues al parecer fueron dos hombres que se amaron en igualdad de condiciones, y eso no lo entendían ni los griegos.
—¿Y qué pasó después?
—¿Después de qué?
—De la muerte de su amigo, ¿qué hizo Aquiles?
—Oh, eso. Patroclo había sido asesinado en la batalla por Héctor, el príncipe de Troya, que era un gran guerrero. Así que Aquiles le buscó y al final consiguió enfrentarse a él. Y ganó, vengando así a su amado amigo. Pero Aquiles tampoco sobrevivió a la guerra de Troya, aunque esa es otra historia.
Rubén se quedó callado y pareció abstraerse en la escultura de nuevo. Dejado a su libre albedrío tendía al mutismo y sólo hablaba cuando se le preguntaba. Trabajó en silencio un rato, prestándole al prostituto sólo la atención necesaria para fijarse en algún detalle en concreto, antes de volver su mirada al trabajo.
El chico, mientras tanto, se entretenía en silencio, perdido en sus pensamientos. Quizá Rubén tenía razón en lo que le había dicho, quizá él se merecía algo mejor que hacer la calle. Pensó en sí mismo cuando era un crío, ¿esto era lo que quería ser de mayor, un chapero? Seguro que no. Sin embargo, Rubén estaba dedicándose a lo que siempre había querido hacer, esforzándose en cumplir sus sueños. Era un hombre íntegro, honrado, decente. Era la primera vez que se encontraba con un hombre así en su vida y por eso le había costado darse cuenta. ¿Cuántos hombres buenos se encontraría si seguía prostituyéndose? Probablemente ninguno.
Un calendario que había colgado en la pared llamó su atención. Girando la cabeza sólo lo suficiente para mirarlo se dio cuenta de que era domingo. 14 de febrero.
—Oye Rubén, ¿sabes qué día es hoy?
—No, ¿por qué?
—Hoy es San Valentín.
—¿En serio? —él también levantó la vista hasta el calendario—. Pues es verdad, no me había dado cuenta.
—Y qué, ¿no vas a salir con tu novio o algo así?
—No tengo novio. ¿Y tú qué? ¿Haces algo especial?
—Hago descuento —Rubén le dedicó una seca mirada—. Joder, era broma. No tienes sentido del humor.
Se levantó de la cama.
—¿Qué haces? Aún no es la hora de terminar.
—Tengo que estirar las piernas —caminó hacia el centro de la estancia, y se sentó sobre la mesa de trabajo, frente al escultor, poniéndose muy cerca—. He estado pensando en las cosas que me dijiste ayer. Te debo una disculpa.
—No tienes por qué —los ojos de Rubén se encontraron con los suyos. Era la primera vez que los veía tan de cerca—. Yo te ofendí, y esa no era mi intención.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta? —le cogió por la camisa y lo atrajo hacia sí, pegando sus cuerpos—. El pensar que a causa de tus principios yo te doy asco.
—Tú no me das asco —susurró el escultor con inusitada ternura. Elevó su mano hasta la barbilla del joven y la deslizó por su mejilla, apreciando la deliciosa sensación de esa piel bajo la suya.
El chapero aspiró el húmedo aroma de la arcilla que se desprendía de la mano que lo acariciaba. Elevó su cabeza hasta quedar frente a él y unió sus labios.
La primera reacción de Rubén fue el rechazo, pero el chico insistió, aferrándole por la camisa con sus manos y rodeando su caderas con las piernas, obligándole a permanecer junto a él. La reticencia inicial desapareció y pronto sus manos rodearon la estrecha cintura y la apretaron contra sí, dejando que ese dios de carne se uniera a él en un cálido abrazo. Su razón tardó un instante más en despertar.
—No —dijo al fin, alejándose del prostituto—. Te dije que no iba a hacer esto. Yo no soy así.
—Ya lo sé, pero has estado deseándolo desde que me viste. Y yo también lo deseo. Te deseo —los labios del joven estaban tan cerca de los suyos que cada palabra era un nuevo beso—. Somos como Aquiles y Patroclo, sin convenciones sociales, sin juicios morales, sólo tú y yo. Creo que me merezco un buen San Valentín, aunque sea por una vez en la vida.
Rubén le miró largamente pero no dijo nada más, se limitó a cargar su cuerpo aún abrazado al suyo y a depositarlo en la cama. Luego, ambos se encontraron el uno al otro, dejando más de sí mismos sobre las viejas sábanas blancas de lo que nunca antes se habían atrevido a entregar. La noche fue lenta, y pasó como un susurro de placer que duró hasta bien entrada la madrugada. Al terminar, sus cuerpos se entrelazaron y se durmieron, arrullados cada uno por la suave respiración del otro.
El chico fue el primero en despertar. La luz de la mañana caía sobre la cama, iluminando sus cuerpos. Rubén estaba enroscado a su espalda, durmiendo apaciblemente. Era la primera vez que pasaba toda la noche con un hombre.
Se levantó y recogió su ropa. Mientras se vestía le miró de nuevo: su cuerpo desnudo esta cubierto a medias por la sábana blanca, dejando ver retazos de su morena piel, sus velludas piernas, sus brazos fuertes y sus manos hábiles y sensibles. Él mismo podría ser una escultura, pensó sonriendo. También era hermoso.
Se sentía culpable. Culpable, por haberle seducido, por haberle corrompido, por demostrarle que todo se podía comprar. Y sin embargo, supo sin lugar a dudas que esa había sido la última vez, que en algún momento entre su primer beso y esta soleada mañana, había decidido que Rubén sería su último cliente.
Le miró de nuevo. Deseó irse de allí dejando esa inocencia intacta, demostrarle que él tenía razón. Bien sabía él que Rubén detestaría la idea de haber pagado por sexo y supo lo que debía hacer. Sacó de su bolsillo los cien euros de esa noche y los dejó sobre la silla. No todo se podía comprar.
Luego salió de allí sin hacer ruido, y se fue en busca de su nueva vida.
Epilogo: 5ª noche. Un año después.
La calle era tan deprimente como la recordaba, pero esta vez sabía a dónde debía ir. Aún así, estaba nervioso, no sabiendo el recibimiento que tendría. No volvía allí desde hacía un año, desde el día que él se fue para nunca regresar. Había ido a buscarlo esa noche, pero al ver que él no estaba allí no se había atrevido a acercarse, mirando al grupo de chicos desde una esquina sin ser visto, esperando durante horas a que él apareciera. Pero no lo hizo.
Nunca tuvo el valor de volver, pero ahora sabía que debía hacerlo, que le debía algo a ese que había sido toda su inspiración.
Esta vez tampoco estaba allí. Un inexplicable pinchazo de celos le sorprendió al pensar que podía estar con un cliente. Lo desechó con rapidez y caminó hacia el grupo de chaperos. A algunos no los conocía, pero sí que reconoció al muchacho flaco que el año anterior había querido llevárselo a la cama.
—Hola guapo, ¿has venido a divertirte? —le dijo como un año atrás, entonando su frase de guerra.
—¿No te acuerdas de mí?
—¿Debería? —le miró con carita de vicioso.
—No importa, en realidad estoy buscando a alguien.
—¿Ah sí? ¿A quién?
—A “Chico guapo” —se sintió ridículo usando ese nombre, pero no conocía otro por el que llamarlo.
—¿A ese? Pues lo llevas claro, hace mucho que dejó la calle.
—¿En serio?
—Sí, así que, ¿qué te parece si nos vamos tú y yo?
—¿Y no puedes decirme donde localizarle? —insistió, ignorando las tentativas del otro por seducirle.
—Te lo acabo de decir —Manu estaba empezando a cansarse—. Ha dejado el negocio.
—Ya, pero yo no soy un cliente, soy un amigo. Sólo quiero hablar con él.
—Aún así no te lo puedo decir. Me mataría si le diera su número a un desconocido.
El rostro del hombre se iluminó con una esperanzada sonrisa.
—Entonces, ¿sabes cómo localizarle?
Manu se quedó callado, dándose cuenta de que se había delatado.
—¿Puedes darle un mensaje de mi parte? —continuó—. Es importante.
—Bueno, ¿y qué gano yo con esto?
Rubén sacó cincuenta euros de su cartera y se los dio.
—Dile que la escultura está terminada, pero que la he vendido y que quiero que él la vea antes de que se la lleven.
Manu lo miró con escepticismo.
—¿Él sabe de qué va este rollo?
—Él lo entenderá. ¿Se lo dirás?
—Sí, pesado. Y ahora vete, que me espantas la clientela.
Rubén se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos. Ya sólo le quedaba esperar.
Era casi medianoche cuando sonó el timbre de la casa. Se levantó con el corazón en un puño y cogió el telefonillo.
—¿Sí?
—Soy yo.
Era él. Pulsó el botón para abrir la portería y se pasó las manos por el pelo. Abrió la puerta y oyó sus pasos apresurados subiendo las escaleras.
—Hola Rubén.
Lo vio muy cambiado. Estaba menos delgado, parecía algo mayor y más feliz.
—Hola —le dejó pasar—. ¿Te dieron mi recado?
—Sí, claro, por eso estoy aquí. Bueno —le miró expectante—, ¿dónde está?
Vio como Rubén iba hasta el centro de la estancia, donde antes solía estar su mesa de trabajo y le mostraba una estructura tapada por una sábana blanca. Cuando el otro la quitó, vio ante sí una perfecta recreación de sí mismo, desnudo y tendido, con los ojos cerrados, los labios entreabiertos y una expresión de fiera tristeza en su rostro. La escultura desprendía una sensualidad cálida y amorosa, y un sentido abstracto de belleza y perfección. Fue entonces cuando supo qué veía Rubén cuando le miraba.
—¿Te gusta? —preguntó el escultor ansioso.
—Claro que sí —la rodeó, mirándola también por detrás. Luego volvió a ponerse frente a ella y se fijó en que la escultura ya no mostraba ninguno de los elementos del guerrero muerto que había en el boceto: ni la lanza a los pies del cuerpo, ni el yelmo sobre la cabeza, ni el paño que cubría sus partes—. Al final sí que esculpiste mis genitales.
—Me los aprendí de memoria —Rubén se ruborizó—. Quise esculpirte a ti, tal cual eres, sin artificios. Por eso también le he cambiado el nombre.
—¿Ya no es “Muerte de Patroclo”?
—No. La he titulado “Muerte de un chapero”.
El chico la miró de nuevo, con el rostro cargado de melancolía.
—Es verdad que esa semana murió un chapero —encontró los ojos de Rubén—. He dejado la calle.
—Lo sé. Pero no es por eso… eso no importa ahora. Sólo quería que la vieras.
—¿Y qué te dijo tu profesor? ¿No se suponía que tenía que ser un tema clásico?
—Me suspendió —Rubén elevó sus brazos en un gesto cómico—. Pero eso ya me da igual.
—¿Y la has vendido?
—Sí, se la llevan a Nueva York la semana que viene —dijo con orgullo apenas contenido—. ¿Y a ti? ¿Qué tal te va?
Ahora fue el turno del otro de mostrarse orgulloso.
—Voy a hacer la selectividad en junio. Quiero estudiar periodismo.
—¿Periodismo? Eso es genial.
—Es lo que siempre he querido hacer —admitió—. Me di cuenta gracias a las cosas que me dijiste.
—Yo también tengo mucho que agradecerte —Rubén señaló la escultura—. Todo ha sido gracias a ti, no habría sido posible si hubiese sido con otro.
El chico sonrió y bajó la mirada, observando el suelo con detenimiento, como si estuviera pensando. Luego se irguió y le ofreció su mano.
—Hola, me llamo Adrián.
El escultor esbozó una preciosa sonrisa, mientras estrechaba la mano que se le ofrecía.
—Yo me llamo Rubén.
Ambos se miraron, sabiendo que de ahora en adelante, tenían todo el tiempo del mundo para conocerse.
Sniiiiiiiiiiiiiifffff!!
T___T que bonito quedo, Nayra! Cómo me arrepiento de no haber terminado mi relato, hubiera quedado genial el tuyo y el mio en el mismo ebook. en fin, yo crei que tendria final triste y no es asi, me sorprendiste! Quedo divino ^^
Bye
Linda te ha quedado maravilloso, realmente lindo relto, emocionante, es de esos que merecen continuacion, felicitaciones..
Bello, bello, bello. Me ha atrapado. Y mira que tedrían que estar trabajando ahora pero he comenzado a leerlo y ya no he podido parar. Me gusta su naturalidad y su dulzura. Mi sincera enhorabuena ^^
Nut.
Muchas gracias -se sonroja- como dirías tú, sobre todo viniendo de ti
Casualmente encontré tu blog y me puse a leer tu relato. Me gusta mucho como has desarollado la trama, los sentimientos de los personajes, el enfoque.
Felicidades, tienes mucho talento.
Saludos.
Pues muchas gracias Maribel, me alegra que te halla gustado, un besote
Pues a mí también me ha gustado, en cuanto a escritura y estructuración, impecable. Por otro lado, para mi gusto está excesivamente idealizado, pero bueno, estas cosas son como la sal ¿no? van al gusto de cada uno.
Cuando digo idealización, me refiero… a ver, dese mi punto de vista, alguien que se prostituye lo hace por determinadas causas (no sé, pero nadie normal con una vida medianamente feliz, pediría dinero a cambio de sexo) y creo que no es tan fácil salir de esa espiral… no sé, yo habría puesto un punto desagradable al asunto para hacerlo más realista, porque, como dice el chapero, los tíos que pagan por sexo son aquellos a los que (generalmente) nadie se tiraría gratis, no? Quiero decir, que esa profesión no es un camino de rosas. No conozco a chaperos propiamente dichos, pero sí a chicos que esporadicamente se acuestan con hombres mayores, y la mayoría son yonquis, o quieren dinero fácil. En ninguno de los dos casos es fácil dejarlo, en el primero es obvio por qué, en el segundo, cuando te das cuenta de que conseguir dinero puede ser "así" de rápido, te acostumbras a llevar un tren de vida que no podrías mantener de otra manera.
Bueno, como de costumbre, yo veo siempre las cosas desde el otro lado, porque algunas las he vivido, pero desde luego, como ya dije antes es una opinión subjetiva. Sólo que a veces pienso que estaría bien escribir desde ese "otro lado" en la novela homoerótica, y bueno, en general en todo tipo de novelas que hablaran de las relaciones humanas.
Como punto final, confesaré que a veces me han dado dinero a cambio de sexo. No lo necesitaba, pero lo cogí igualmente, esas personas me lo dieron para que no dijera nada a nadie, y se quedaron más tranquilas.
En fin.
Me ha encantado. Sé que por mi edad no debería de estar leyendo cosas como esta pero qué bueno que lo hice, o si no me hubiera privado de la oportunidad de algo tan…lindo (sí, soy un poco pobre para adjetivar).
En serio, me enamoré del chapero. Me recuerda mucho a 'El retrato de Dorian Gray'. Sí sé que no tiene mucho que ver pero fue lo primero que se me vino a la mente con lo de la belleza ignorada por su poseedor, y el artista que la rescata y plasma en una obra de arte. ¿Seré la única?
Muy, muy bello 🙂
mmmh ¿por qué? ¿cuantos años tienes? Mira a ver si me van a acusar de pervertir menores, jejeje. Pues me alegro que te gustara el relato. ¿Dorian Gray? Pues es verdad que no tiene mucho que ver, al menos no en el fondo, pero quizá en eso de plasmar la belleza, de crear una obra de arte a través del amor sensual…. bueno, a lo mejor tienes razón. Un beso guapa