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El fandom de Juego de Tronos está dividido: mientras unos se desilusionan más con cada capítulo que pasa, otros parecen disfrutar a rabiar de esta temporada. Ambos bandos se atacan en Twitter, sobre todo en relación al cambio de Daenerys: muchos dicen que ya se veía venir mientras apoyan a pies juntillas a D&D, otros, los Daeneryliebers, a los que se acusa de ansiar un final Disney, miran horrorizados la pantalla a la vez que despotrican contra los creadores de la serie y amenazan con anegar el mundo en llamas. Si no estás al día de Juego de Tronos, no sé qué haces aquí. Si lo estás, quizás este artículo te ayude a entender qué es lo que está pasando.

Y es que ahora mismo no se habla de otra cosa en el fandom

Las discusiones entre los que claman por lo que consideran un bestial bajón en la calidad de la serie y los que quieren disfrutar esta última temporada sin mayores consideraciones son constantes. A los primeros se los acusa de no ser capaces de admitir los acontecimientos y de ser «malos fans», por justificar los terribles actos de Daenerys; a los segundos se les llama simples, por ser capaces de de conformarse con cualquier cosa que les pongan delante.

Daenerys comenta la última temporada de GoT

«¿Bajón de calidad?», dirán estos últimos. La dirección de la serie es estupenda (sobre todo de los capítulos 3 y 5 de esta temporada), las interpretaciones, la escenografía —salvo por el ya celebre café que no-era-del-Starbucks— o el vestuario están al mismo nivel que siempre. Hay además un montón de batallas, muertes —menos de las que algunos desearían— y giros de guion tan bestiales de esos a los que GoT nos tiene acostumbrados. «Si quieres un final feliz, vete a ver un musical», dirán, para acabar su argumentación. 

Pero es que de lo que hablamos es del guion

No de la trama, no de un final feliz, no de la incapacidad del espectador de aceptar el desenlace de una historia que lleva muchos años siguiendo, sino del guion. Un intangible que no se ve, ni se toca, ni se oye, pero que está detrás de cada decisión de vestuario o fotografía, tras cada plano, diálogo o escena. Del guion, y de su eficacia o ineficacia. Y aceptémoslo, la calidad del guion de GoT ya no es la que era. Y esa es una verdad que ni siquiera la magnífica cinematografía de la serie puede ocultar. 

Todos sabemos que es el guion el que dirige la trama, pero no porque algo esté escrito (y rodado e interpretado) significa que el espectador lo tenga que aceptar aun cuando los engranajes chirrían. El guion debe albergar coherencia, y debe preparar al espectador para lo que está a punto descubrir. Eso no parece estar ocurriendo en el desenlace de Juego de Tronos. Así que, ¿qué es lo que falla en el guion de GoT?

Diálogos

Parece lo más obvio para el espectador. Los diálogos de GoT solían ser gloriosos. Los habitantes de Poniente nos maravillaban con su labia e inteligencia, que parecían reflejar a su vez la inteligencia de los escritores que había detrás. Célebres eran, sobre todo los duelos dialécticos entre Meñique y Varys. Tyrion nos enseñó, allá por el capítulo 1x01 lo útil que resulta la apropiación del insulto, Igritte nos enamoró con su aparentemente simple «You know nothing, Jon Snow», Syrio Forel nos enseñó cómo debíamos responder al Dios de la Muerte (afamada referencia rescatada en el 8x03, para justificar que Arya se apropiara del arco de personaje de Jon, pero de eso hablaremos luego) y Melissandre nos recordaba una y otra vez que «la noche es oscura y alberga horrores». No es difícil recordar lo delicioso que resultaba escuchar diálogos sin fin en las elegantes estancias de La Fortaleza Roja, cuando los Lannister, los Tyrell o los Martell conspiraban unos a espaldas de los otros; las negociaciones de Catelyn Stark con los posibles aliados del Rey en el Norte; o las concurridas reuniones alrededor de un mapa de Poniente, mientras los generales planeaban sus próximos movimientos bélicos…

Ya nos parecía, allá por la temporada seis, que ciertos personajes perdían cierto interés, impresión que se reafirmó en la temporada siete y se afianzó notablemente en la ocho: Tyrion ya no nos enamora con su inagotable ingenio, sino que se limita a caer en lugares comunes, flagrantes errores de juicio y a insultar a Varys en relación a su falta de pene (una y otra vez). Meñique se dedicaba a vagar por Invernalia, como una sombra del que fue, comentando solo obviedades y cayendo víctima de su propio juego. Bronn solo quiere un castillo y Cersei solo quiere elefantes, y las escenas entre Jon y Daenerys nos parecen cursis, insulsas y aburridas, llegando provocar severos ataques de vergüenza ajena. Nunca más que ahora nos han parecido más lejanos los exquisitos complots políticos, venganzas y romances de Juego de Tronos. 

Verosimilitud

Una ficción puede ser fantasiosa, imaginativa, llena de locos giros argumentales o situaciones alocadas, pero nunca puede ser inverosímil. Todo lo que ocurre debe poder ser procesado adecuadamente por el lector/espectador y nunca (jamás de los jamases) debe animarle a decir «¡Menuda fantasmada!».

Hay quien dice que a una serie en la que hay hechiceros, dragones y muertos vivientes no se le puede pedir que sea realista. Pero no hay afirmación más falaz que esa: es sobre todo en este tipo de ficciones, las que desafían lo que el espectador cree real o no, en las que las técnicas de verosimilitud deben hacer mayor acto de presencia. La verosimilitud no tiene tanto que ver con la realidad como con la apariencia de realidad. Cada autor decide cuáles son las reglas que rigen su mundo y lo debe decidir y establecer desde un principio. Así en el mundo de Juego de Tronos ciertos eventos fantasiosos (como la existencia de dragones) están permitidos, pero por lo demás es un mundo regido por las mismas reglas que el nuestro (las leyes físicas o de la gravedad son las mismas que en el nuestro, por ejemplo). Por lo tanto, dentro del contexto de Juego de Tronos nos parece verosímil que existan los dragones, pero no que alguien tire una manzana al aire y esta caiga "hacia arriba". GoT ha dejado, por varias razones, de ser verosímil, y eso no tiene nada que ver con el elemento fantástico de la serie, sino con una falta de coherencia. 

Hay una multitud de ejemplos de esta falta de verosimilitud solo en esta temporada: que todos parezcan olvidarse acerca de la existencia de la Flota de Euron (punto confirmado por el propio Benioff); que Bronn sea capaz de colarse en Invernalia, charlar con los hermanos Lannister y salir por donde ha venido sin que nadie más se entere; que Tyrion le quite las cadenas a Jaime para liberarle y que este, por su cuenta, tenga que salir de la tienda, abandonar el campamento sin que nadie lo vea y entrar en una ciudad que está siendo sitiada (¡y que lo consiga!), que Arya y el Perro consigan también entrar en King's Landing horas antes de la batalla (¿quién puede creerse que se puede entrar en una ciudad amurallada que está siendo sitiada?), que Euron dispare tres veces a Rhaegal y que tres veces acierte, mientras que en la batalla de King's Landing se dispare mil veces a Drogon y no se acierte ni una vez, los múltiples Deux ex machina que pueblan todo el capítulo 8x03, por medio de los cuales muchos personajes son milagrosamente salvados justo antes de morir, que Arya ataque, desde arriba y sin que se nos explique de dónde sale, al Rey de la Noche…

Cabos sueltos

Me encanta la analogía que hace mi adorado FrikiDoctor (cirujano, guionista y friki supremo—echad un vistazo a su canal de YouTube si no lo habéis hecho ya) cuando explica que un guionista debe sembrar para poder recoger luego. Siguiendo la analogía, se podría decir que los guionistas de Juego de Tronos han pecado de intentar recoger sin haber sembrado antes, pero sobre todo, han sembrado mucho que no han querido recoger después. 

Una miríada de cabos sueltos quedan pendientes de respuesta en esta última temporada, y a falta de un solo capítulo ya podemos intuir que no los van a resolver. Algunos personajes han sido despachados literalmente para no tener que terminar sus tramas (casos de Gendry y Fantasma, por ejemplo). Esto echa por tierra el argumento de que no había trama para 10 capítulos en las dos últimas temporadas. Por ejemplo:

—¿Qué escuchó Varys en las llamas tras ser mutilado? Es un misterio que nunca se desvela.

—¿Por qué R'hllor resucita a Jon si no fue para que acabara con el Rey de la Noche? Si bien se nos desvela en la serie que el señor de la Luz resucitó una y otra vez a Beric para que salvara a Arya, aún no se nos ha desvelado la razón de la vuelta de Jon al mundo de los vivos. ¿Lo sabremos en el último capítulo?

—¿Quién era el príncipe —o la princesa— que fue prometido? En la serie nunca se nos nombra a Azor Ahai, tan solo la profecía del príncipe que fue prometido, paladín de R’hllor y motivación principal de Melissandre. Esta trama, de vital importancia hasta la temporada seis, fue abandonada bruscamente. 

—¿Cuál era el objetivo de que Cersei estuviera embarazada? GoT se caracterizaba por ser una ficción que no daba puntadas sin hilo, sin embargo, descubrimos en la temporada siete que Cersei estaba embarazada sin que esto tuviera un efecto real en la trama. Todo hubiera ocurrido virtualmente de la misma forma si ese embarazo nunca hubiera existido.

—La trama del banco de Hierro y la Compañía Dorada. Esta trama parece cerrada, pero en falso. Cersei se curró mucho que el banco de hierro la financiara para poder contratar a la Compañía Dorada, cosa que consiguió (a falta de un par de elefantes), pero ¿de qué le sirvió? De nuevo, nada hubiera cambiado para la soberana de Poniente de no haber conseguido este objetivo. ¿Para qué darle tantas vueltas a una trama que no tiene el menor impacto en el desenlace?

—Robert Arryn y la trama del Valle quedan, literalmente, en el aire. Muchas veces vimos a Sansa hablando (¿conspirando?) con Lord Royce en los primeros capítulos de esta temporada, pero ya parece muy tarde para que nos aclaren si realmente estaba pasando algo.

—¿Para qué viajó Jaime Lannister al norte, luchó en la batalla de Invernalia y se acostó con Brienne de Tarth, solo para volver finalmente al punto de partida? De nuevo, una trama desarrollada que no lleva a ninguna parte.

—Bran y sus habilidades. Primero, la capacidad profética de Bran podría haber ayudado en muchas ocasiones, pero los guionistas no lo quisieron hacer. Según el propio Isaac Hempstead-Wright, Bran le cuenta a Sansa la verdad sobre Meñique... en una escena que fue eliminada del montaje final de la séptima temporada. Podría también haber advertido a Jon sobre Daenerys, y de lo mala que se va a volver. Por otro lado, está su capacidad para wargear, capacidad totalmente infrautilizada desde la muerte de Hodor. Todos esperábamos que durante la batalla de Invernalia fuera a wargear algo importante para influir en el destino de la batalla. No lo hizo, y nadie nos aclara por qué no.

Arcos de personajes

Los arcos de personaje se han convertido de repente en un tema recurrente de conversación, sobre todo por parte de aquellos que intentan (intentamos) explicar qué hay de malo en la octava temporada, y en lo poco que tiene que ver con la incapacidad del espectador de aceptar los hechos que se le muestran si se muestran correctamente. Pero, ¿qué son los arcos de personaje?

Hablando en plata se podría decir que el arco de un personaje es la línea que define su evolución en la historia, el que le lleva desde el punto inicial A hasta el punto final B y que muestra el cambio en su situación, creencias, filiaciones o moralidad. Hay muchos tipos de arcos y muchos autores que defienden uno u otro tipo, pero simplifiquemos al decir que los arcos pueden ser ascendentes, cuando el personaje o sus circunstancias mejoran; descendentes, cuando se da lo contrario; o planos cuando hay pocos o ningún cambio en el personaje o sus características.

Hemos visto arcos de personaje muy complejos en Juego de Tronos, y esa es una de las cosas que siempre me ha gustado más de la saga, tanto literaria como televisiva. No hay más que pensar en la evolución de personajes como Sansa, Arya, El Perro, Jorah Mormont, Jaime Lannister o Theon Greyjoy para entender a qué me refiero. Sin embargo, la evolución de los personajes, sus arcos, deben estar dotados de coherencia y últimamente esa coherencia parece haber caído en picado.

Un ejemplo muy claro, ya citado más arriba, es el caso de Jon. Jon, renacido por la gracia del Señor de la Luz y por mediación de Melissandre parecía postularse muy claramente como paladín de R’hllor. Era muy lógico que fuera Jon quien acabara con el Rey de la Noche, y no solo por mantener la coherencia mitológica. Era también, desde el inicio de la serie, el personaje principal más involucrado con la lucha contra los caminantes blancos y el primero al que vemos acabar con un espectro, allá por la primera temporada. Tenía, además, fuertes razones personales para querer acabar con el Rey de la Noche, tras la derrota sufrida en Casa Austera. Incluso, hubiera sido más lógico que Daenerys acabara con el Rey de la Noche, teniendo también razones personales tras la pérdida de Viserion. Aquí, Arya hace una apropiación de arcos ajenos, al acabar con el Rey de la Noche sin ella tener ninguna vinculación con él. Sí, es inesperado y es espectacular, pero primar la espectacularidad sobre la coherencia no suele dar los mejores resultados.

El de Jaime es otro ejemplo de arco malogrado. Todo indicaba que el del Matarreyes sería un camino de la perdición (chico malo de Poniente, rompedor de juramentos y fornicador de hermanas reales) a la redención, mediante un via crucis a modo de aprisionamiento, mutilación y amistad con la no-caballero más honorable del continente. Cuando a finales de la séptima temporada abre los ojos finalmente con respecto a su hermana gemela y viaja al norte para unirse al equipo de “los buenos”, ese arco de redención parecía casi acabado… para acabar unos cuantos episodios más adelante, fanservice con Brienne mediante, en el punto de partida para morir junto a Cersei por ladrillazo, igual de enamorado de ella que siempre. Un sinsentido.

Sería muy fácil decir, como Daenerylieber que soy, que al arco de personaje de la Reina de Dragones le falta coherencia, aunque no creo que esto sea del todo cierto. En esta entrada del blog de Carlos Pérez Casas se describen los pasos necesarios para trasformar a un héroe en un villano, pasos que D&D parecen haber seguido al pie de la letra. Entonces, ¿por qué parece que el arco de Daenerys no funciona y somos incapaces de asimilar su cambio? 

Quizás la respuesta a esto es la premura con la que este arco inició su camino descendente. Muchos espectadores de la serie hacen ahora un análisis retrospectivo para hacernos ver las ocasiones en las que debimos ver que Daenerys iba a terminar tan loca como su padre, al decir cosas como que iba a conquistar el mundo con sus dragones y blablabla. De nuevo tengo que citar a FrikiDoctor y recordar que, como todo científico sabe, los estudios retrospectivos tienen un importante sesgo. Y la verdad es que los guionistas no nos han preparado para este giro, porque querían sorprendernos, primando de nuevo la espectacularidad sobre la coherencia. Si nos hubieran querido preparar para la caída a los infiernos de Daenerys Targaryen nos podrían hecho sentir alguna empatía por los Tarly, por ejemplo, en vez de mostrar al padre como un hombre inflexible y rígido y al hijo como un lelo. Sentimos por primera vez esas muertes como un hecho malvado por medio del dolor de Samwell Tarly, personaje al que sí que apreciamos, ya entrados en la temporada ocho. Aparte de ese par de comentarios sobre conquistas violentas dichos al vuelo por Daenerys, nunca vemos algo que nos haga dudar de ella. De hecho, el camino recorrido por la Reina Dragón hace que nos involucremos emocionalmente con ella de manera muy profunda, vinculación que no se puede deshacer en dos o tres episodios. Recordemos tan solo que el arco de redención de Theon (uno de los más completos de la serie) empezó allá por la temporada tres, y pasaron dos o tres temporadas completas antes de que realmente empatizáramos con él. Su redención acabó finalmente en el capítulo 8x03, al morir defendiendo a Bran. Se nos conceden veinte o treinta horas de metraje para poder confiar en Theon, pero apenas dos o tres para desvincularnos de Daenerys. Verla, de buenas a primeras, imprecando a Jon o matando civiles indiscriminadamente nos sumerge en una sensación de irrealidad, como si Emilia Clarke estuviera, de repente, interpretando a otro personaje. 

En definitiva, el guion de la octava temporada de Juego de Tronos ( y el de la séptima) está lleno de incongruencias, fallos, agujeros y lugares comunes, muy lejos del nivel que se espera de esta superproducción ampliamente financiada y del que mostraba solo unas temporadas atrás. Cuesta mucho pensar que la única razón de esta bajada en el nivel sea la falta de material en el que basarse (los libros de Martin se agotan al final de la quinta temporada), y sin embargo, esta parece ser la más plausible. Ahora solo queda ver, con cierto desinterés y sensación de trámite, el sexto capítulo de esta temporada, que será el último de una serie que ha caído en barrena. Que los Siete nos cojan confesados. 

La nueva temporada de Juego de Tronos parece no estar satisfaciendo a sus seguidores. Aún sabiendo que nunca llueve a gusto de todos y que ningún final va a satisfacer a todo el fandom, parece intuirse, ya por el capítulo 4, que la trama coge una deriva que muchos no esperaban y que ahora no desean. Además, no parece un problema solo de trama. De alguna manera, muchos parecen (parecemos) intuir que el nivel del guion está bajando peligrosamente, pero ¿es solo un problema de la octava y última temporada, o ya venía de antes? Si no estás al día de Juego de Tronos, más te vale no seguir leyendo.

Vamos a remontarnos a 2016.

Si eres fan de Juego de tronos recordarás que ese fue el año en el que se estrenó la sexta temporada. Por primera vez, la serie despegaba de los libros para volar sola, desarrollando tramas inéditas incluso para los lectores de la saga de Martin. Aquel fue, me parece, el año de la gran explosión de la serie a nivel global, justo cuando el hype de los espectadores era más alto que nunca. Ya no podíannanticiparse ninguno de los acontecimientos de la serie, que por otro lado no decepcionaron a nadie: Jon Snow resurgía de entre los muertos para liderar al norte en contra de la tiranía del Bolton y ganar la épica batalla de los bastardos, a la vez que se nos confirmaba su ascendencia Targaryen. Sansa, adulta y empoderada, parece encontrar su lugar en el mundo. Arya emprende por fin su regreso a casa. Cersei, habiendo enterrado a su último hijo vivo, es proclamada como reina de los Siete Reinos, ganándose con ello una mirada de incredulidad y miedo por parte de su amado hermano Jaime. Su otro hermano, Tyrion, al fin mano de una monarca en la que cree firmemente, pone su ingenio e intelecto en pro de un mundo mejor. Y qué decir de Daenerys, nuestra Khaleesi, que consigue pacificar la antiguamente llamada Bahía de los Esclavos antes de volver sus ojos hacia el Trono de Hierro. Por aquel entonces, el Rey de la Noche aún era solo una amenaza inespecífica, esperábamos con la misma insistencia que Melissandre al príncipe (o princesa) que fue prometido y tres dragones surcaban el cielo. Todo parecía posible en Poniente.

vAquella temporada, magistralmente escrita, no solo nos regaló una trama vibrante y una de las mejores batallas rodadas para la televisión de toda la historia —la batalla de los Bastardos—, sino la enorme satisfacción de que se confirmara la GRAN teoría que los fans llevábamos años barruntando: que Jon era en realidad hijo de Rhaegar y Lyanna Stark, y por lo tanto, un Targaryen. De repente, el título de la saga literaria, Canción de Hielo y Fuego, cobraba más sentido que nunca y todos elucubrábamos con la profecía de las tres cabezas del dragón. Había tres dragones, por lo que debía haber tres jinetes Targaryen. Ya teníamos a dos de ellos, y solo faltaba un tercero. Cuando Tyrion entra en la mazmorra de Meereen donde Rhaegal y Viserion estaban encerrados y sale de allí con vida e ileso, ya casi podíamos imaginarlo junto a Jon y Daenerys, reconquistando poniente a lomos de sus tres dragones, emulando a Aegon el conquistador y sus dos hermanas... Esperanza que murió, miserablemente, cuando vimos a Viserion hundirse en las heladas aguas de un lago al norte del Muro. ¡¡¡¡Arrrrggggggghhh!!!!

Targaryens y teorías de fans aparte

La séptima temporada pareció robarnos mucho más que a uno de los dragones. A diferencia de la sexta temporada, la séptima no supo mantener el nivel argumental y la trama flaqueó peligrosamente, rozando el ridículo en ocasiones —como la infame reunión en Dragon's Pit. Los personajes presentaban reacciones impropios de ellos, cometían flagrantes errores técnicos en sus batallas y mostraban la capacidad casi inhumana de trasladarse de un lado a otro del continente en un abrir y cerrar de ojos (recordemos a Gendry y su enloquecida carrera de vuelta hacia el muro). Por primera vez en Juego de tronos, pudimos verle las costuras a los guiones: qué pretendían los guionistas con tal o cual diálogo, cómo intentaban engañar al espectador con juegos tácticos, cómo forzaban situaciones o incluso romances en pro de hacer avanzar la trama en la dirección deseada. Ejemplo muy claro de esto es la maltratada trama de Invernalia, mal explicada a propósito solo para dar al público la impresión de que las dos hermanas Stark estaban enfrentadas, y preparar la gran sorpresa del juicio a Petyr Baelish, dejándonos el mítico "How do you answer these charges... Lord Baelish?" de Sansa como única satisfacción.

La octava y última temporada parece no estar tampoco a la altura

Ni de las expectativas puestas en ella ni del nivel de calidad que se le supone por los ingentes recursos disponibles. Weiss y Benioff no parecen ser conscientes de que tienen entre manos la última temporada de la que es, probablemente, la serie más grande jamás producida. Ya el primer capítulo fue relativamente flojo. Aunque esperábamos un capítulo de transición (y lo fue) lo que no esperábamos era la pobre redacción de diálogos (sobre todo en la escena de "Cómo entrenar a tu dragón y mantener caliente a tu Reina"). Fue aquí, además, cuando empiezan a pasar cosas porque sí: A Sansa le cae mal Daenerys porque sí, Daenerys y Jon se van de paseo porque sí, Cersei se va a la cama con Euron porque sí, Sam le cuenta a Jon la verdad de su familia porque sí (y porque estaba enfadado con la Khaleesi), etcétera.

El capítulo dos

A pesar de ser uno en el que aparentemente "no pasa nada" resultó estimulante. El guión estaba más hilado que el del primero (de hecho, de los cuatro capítulo emitidos, este es el único que no tiene graves problemas) y los diálogos estaban definitivamente mejor escritos, pero sigue habiendo cosas chirriantes, como la conversión de Tormund en el cómico invitado de la temporada (tendencia que parece vigente hasta hoy), a la vez que se hizo más evidente la intencióndel equipo de guionistas de que le cogiéramos tirria a Daenerys, cuando la hacen reaccionar de manera impropia a su carácter. 

El capítulo tres

Fue al mismo tiempo un prodigio técnico y un desastre narrativo. Aparte de la —muy controvertida— oscura fotografía del capítulo, la (no tan larga) noche de batalla es espectacular. El capítulo tiene buen ritmo, muy buena dirección y bastante decente dirección de actores. La música acompaña magistralmente y verlo (incluso por segunda o por tercera vez) es emocionante. Pero —y aquí viene el GRAN pero— el problema siguen siendo las costuras cada vez más visibles del guión. Cuando ves al ejército Dothraki galopar hacia la oscuridad —y a una más que previsible muerte— sin la menor consideración bélica, casi puedes imaginar a los guionistas en su sala de reuniones diciendo: "¿A que estaría guay ver cómo se van apagando las espadas una a una?". Sí, espectacular es, pero... ¿Hola? ¿Hay algún cerebro dirigiendo esta batalla o solo estamos haciéndonos los chachis? Por otro lado, el capítulo está copado de deux ex machina, y si no pensad: ¿Cuántos personajes son salvados milagrosamente justo antes de morir? Por no hablar del muy épico, sí, pero también muy inexplicable momento en el que Arya sale de la nada para atacar al Rey de la Noche... ¡desde arriba! Que vale, que yo fui la primera que gritó de emoción al ver a Arya hacer algo tan épico (¡Girl Power!) pero ¿de dónde sale? ¿Por qué nadie la ve venir? 

Aparte de lo anticlimático que resulta acabar con el Rey de la Noche a falta de tres episodios para el final, ya parece una pauta que Juego de Tronos deseche las tramas que no le sirven. Pasó con Tormundo y Gosht, mandados más allá del muro en el capítulo cuatro, o Gendry, sacado del juego de tronos contentándolo con Bastión de Tormentas. Ya está claro, a estas alturas de la serie, que no se animarán a aclarar tampoco el origen de Tyrion, al igual que desperdiciaron la trama dorniense. En fin...

Y hablando del capítulo 4

La verdad es que es un desatino total. Tras un muy elaborado y lacrimógeno funeral, los supervivientes de la batalla se pegan un fiestorrón épico. Vaso de Starbucks aparte, la fiesta está llena de escenas inexplicables y lugares comunes, para culminar con el fanservice del Jaime/Brienne y una horripilante escena entre tía y sobrino acerca de su parentesco y derechos royales. Posteriormente, se gestiona muy mal el tema de la herencia de Jon Snow, con una o dos escenas en las que se desvela el secreto que son más bien ridículas. Por si fuera poco, se coloca un cartel de neón sobre Daenerys que nos recuerda que está loca (como su padre). Varys parece haber entrado en pánico, de repente y sin venir a cuento, y a Tyrion (que para más inri lleva dos temporadas sin hacer NADA) se le está pegando tanta tontería. Luego, Bronn se cuela en Invernalia ballesta en mano como si nada para tener una inverosímil conversación con los hermanos Lannister. Y cuando piensas que el capítulo no podía ser más insulso, ¡Zas! y no una, ni dos, sino tres lanzas se clavan en el cuerpo de Rhaegal y en el corazón de todos los espectadores. ¡¡¡¡Arrrrggggggghhh!!!!

Podría seguir despotricando sobre el capítulo, pero creo que ya pillan la idea y a mí me va a dar un patatús. 

Aunque todavía (pobres infelices) los fans no hemos perdido la fe del todo, y confiamos en un gran giro final que devuelva todas nuestras esperanzas, nos vemos venir un final de serie insulso, insustancial y precipitado, incapaz de contentar a cualquier espectador mínimamente exigente. 

Nuestro único consuelo es que siempre nos quedarán los libros... O no.

Artículo coescrito junto a Nisa Arce

Sharp Objects no es una serie de la que haya oído hablar. Nadie me la ha recomendado, ni siquiera mencionado. Seguramente se deba a la relativamente baja penetración de HBO en España (que según algunos datos aún no llega a los 500.000 hogares), pero es una autentica pena que una obra maestra como esta pase tan desapercibida en nuestro país.


Basada en una novela homónima de Gillian Flynn (Gone girl), la serie ha sido adaptada para televisión por Marti Noxon (UnReal o Dietland) y sus ocho episodios fueron dirigidos por Jean-Marc Vallée (Dallas Buyers Club, Big Little Lies).

¿Qué nos cuenta?

La periodista Camille Preaker (Amy Adams) recibe el encargo de su editor Frank Curry (Miguel Sandoval) de cubrir el asesinato de una adolescente y la desaparición de otra en su ciudad natal. Alojada en la casa familiar, Camille se reencontrará con su madre Adora (Patricia Clarkson), una mujer neurótica e hipocondríaca y con Amma (Eliza Scanlen) una medio hermana a la que apenas conoce, a la vez que se verá abrumada por el recuerdo de una hermana fallecida mucho tiempo atrás. Camille se une a la investigación policial y pronto se identifica con las jóvenes víctimas. Atrapada por sus propios demonios, debe desentrañar el rompecabezas psicológico de su propio pasado si quiere obtener una historia que escribir acerca de los crímenes. 

¿Cómo lo cuenta?

Desde las primeras secuencias, Sharp Objects se revela como una narración no lineal, trufada de flasbacks e imágenes onírico-alucinógenas. El mundo, visto casi siempre desde la perspectiva de Camille, es opresivo, sudoroso y lleno de mensajes subconscientes. Es quizás ese punto de vista lo que hace de Camille, una antiheroína alcohólica y con evidentes problemas psicológicos, un personaje tan inquietante e interesante, y quizás sea también lo que nos permite empatizar con ella. Camille usa la música para evadirse de la realidad, y prácticamente toda la banda sonora de la serie es diegética, pues está formada por las canciones que ella y otros personajes escuchan, lo que nos da una mayor sensación de cercanía.

¿Por qué nos interesa?

La mera presencia de Amy Adams en el cast es excusa más que suficiente para verla, al menos, fue la razón de que yo decidiera verla. Esta pelirroja de nariz respingona, a la que todos pusimos cara a raíz del sorprendente éxito de la película de Disney Encantada, es la protagonista absoluta de este thriller psicológico que, durante sus ocho capítulos, nos introduce en la húmeda y asfixiante atmósfera de Wind Gap, Missouri. Destacan también en el cast Patricia Clarkson, Miguel Sandoval, Sophia Lilas (IT) como una joven Camille y sobre todo la joven Eliza Scanlen que nos brinda la desasosegante interpretación de una adolescente tóxica y controladora.

Sharp Objects, a ratos pausada y a ratos espeluznante, se beneficia de la continuidad de contar con un único director y de un montaje fragmentado que poco a poco va tomando sentido hasta alcanzar un inesperado clímax final. El resultado es un thriller psicológico espeso y asfixiante que involucra al espectador como pocas ficciones lo hacen. Si decides verla, no te pierdas las escenas postcrédito del Season Finale.

Esta temporada, Versailles ha cerrado sus puertas.

La serie de Canal + , creada por Simon Mirren y David Wolstencroft, y publicitada como la más ambiciosa de la televisión francesa, acaba en su tercera temporada tras treinta episodios de intrigas palaciegas.

Esta serie, cuyas hechuras de gran producción se ven sobre todo en la ambientación, el vestuario y las localizaciones de rodaje, tiene en realidad alma de guilty pleasure: una soap opera que se permite cuantas licencias históricas le convengan, que se centra en las conspiraciones, las leyendas sobre el reinado de Luis XIV y sobre todo, los amoríos en la corte, lo que nos deja en las retinas el recuerdo de sus muy abundantes y casi siempre gratuitas escenas de sexo.

Pero no nos engañemos, soap opera o no, cumple perfectamente su objetivo. No importa que sospeches que la historia no fue tal cual la cuenta, que alguna situación o giro de guión sea algo inverosímil, que te moleste levemente que los actores sean mucho más atractivos que a las personas a las que interpretan: sencillamente, quieres más y más, y ahora que la serie se acaba, ha dejado un hueco que difícilmente una ficción histórica más sesuda y ajustada a la realidad podría llenar.

El reparto, sin llegar a ser estelar, cumple bien sus funciones. Si bien no hay ningún actor cuya interpretación sea especialmente remarcable, tampoco hay ninguno al que echaría a los perros, y el resultado final es eficaz. De hecho, muchos de sus personajes resultan memorables. He aquí mis favoritos.

Luis XIV (George Blagden):
El Rey Sol

«Luis XIV es rey desde los 4 años. Durante años, Francia ha sido gobernada por un consejo regido por su madre. Ahora, la regente a muerto. Los nobles se están haciendo con el control. Para sobrevivir, Luis tiene que derrotar a sus enemigos y formar un nuevo centro de poder lejos de París, en una pequeña villa llamada: Versailles».

 Conocido sobre todo por su papel del padre Athelstan en Vikingos, George Blagden se unió a esta serie para liderar un reparto copado de actores británicos (a pesar de que la producción principal es francesa, la seria está rodada en inglés para satisfacer sus aspiraciones internacionales) interpretando al Rey Sol durante los años centrales de su reinado, en los que convierte el antiguo coto de caza que era Versailles en el centro de su corte y el mayor símbolo del absolutismo.

El joven rey Luis, traumatizado por la fronda (revuelta de los nobles contra el poder real) desconfía de la nobleza francesa y rehuye habitar en París. Al mismo tiempo, sueña con la construcción de un palacio de especial magnificencia que a la vez sea el símbolo de su poder y una jaula de oro para la nobleza, que se verá obligada a residir a la sombra del rey, y estará demasiado ocupada en la vida cortesana como para poder planear nuevos complots. A su vez, el rey se rodea de personas de total confianza, muchos de ellos de origen plebeyo, mientras afianza su poder y camina hacia el absolutismo...

Madame de Montespan

Favorita de Luis XIV, manipuladora, hermosa, cruel y la equivalente versallesca a una animadora rubia de instituto americano de toda la vida, Athenaïs de Montespan se muestra decidida a hacer lo que haga falta para conservar el amor del rey y la posición social que ello conlleva. La interpretación de Anna Brewster me parece digna de destacar por el retrato que hace de esta dama: vulnerable y profundamente enamorada, pero envuelta en una coraza más dura que cualquier diamante.

Felipe de Francia, Duque de Orleans.

La primera vez que vemos a Felipe de Orleans, el hermano menor del rey, interpretado por el galés Alexander Vhalos, tiene la cabeza entre las piernas de su amante, el frívolo Chevalier de Lorraine. Por supuesto, eso le convirtió automáticamente en mi personaje favorito.

Felipe, que ha crecido y vivido siempre bajo la alargada sombra de su hermano, desespera en la corte y anhela la gloria que solo el campo de batalla puede darle. Quizás sea Felipe uno de los personajes que más evoluciona a lo largo de las tres temporadas, y con él lo hace la relación fraternal de amor-odio que mantiene con Luis.

Inmaduro y envidioso, fiero en la batalla y con ciertas tendencias travestistas, Felipe es una persona inconstante e infeliz, que no sabe lo que realmente quiere hasta que lo pierde.

Chevalier de Lorraine

Célebre por ser «tan hermoso como un ángel», Felipe de Lorraine, más conocido como el Chevalier, es el inconstante, irresponsable y avaricioso amante del hermano del rey, siendo el principal interés amoroso de Felipe de Orleans a lo largo de las tres temporadas. Interpretado por el casi desconocido Evan Williams, Lorraine se mete en más de un lío por su falta de aprecio por la ley y su amor por el lujo y las riquezas.

Princesa Palatina. 

Liselotte aparece en Versailles en la segunda temporada para convertirse en la esposa de Felipe y al mismo tiempo, en un nuevo escollo de este en su relación con el de Lorraine. Liselotte no llega con buen pie a Versailles: casada con un hombre por el que se siente fascinada pero que no muestra el menor interés por ella, imbuida en un ambiente cortesano y altamente protocolario que no entiende, humillada por las damas de la corte, que la consideran pueblerina y vulgar, y enfrentada a la enemistad del amante de su esposo, la princesa Palatina tendrá que encontrar su lugar en el palacio y conseguir que Felipe consume con ella su matrimonio, lo cual no será nada fácil. Pero parlanchina, abierta y brutalmente honesta como es ella, poco a poco irá ganándose el afecto de aquellos que la rodean.

Fabien Marchal

Jefe de la policía y de seguridad del rey, Monsieur Marchal protagoniza muchas de las más importantes tramas de la serie: investiga crímenes, mete las narices en el célebre «asunto de los venenos» (complot real que resultó con la muerte de numerosos cortesanos de la época), desenmascara a espías, brujos y traidores, a los que apresa, tortura y asesina por la gloria de Luis XIV. Un personaje íntegro y honrado que no se plantea nada más allá de la lealtad que le debe a su rey.

Madame de Maintenon.

Amiga de la infancia de Athénaïs, Françoise llega a Versailles como niñera de los hijos naturales que había tenido con el rey. De pasado incierto, no muy alta cuna y antigua protestante, es ahora una católica ferviente. Madame de Maintenon traba una profunda amistad con el rey de Francia, del que se convertirá en una suerte de consejera espiritual en un momento en el que este se encuentra totalmente perdido. Reacia a mantener relaciones extramatrimoniales, Françoise mantiene una relación más bien platónica con el rey a la vez que se destapa como un despiadado animal político, que empuja a Luis a seguir sus ambiciones.

En definitiva, Versailles es una serie efectiva y efectista, de factura técnica impecable y altamente disfrutable. Un guilty pleasure en toda regla que hará las delicias de todos los amantes de la ficción histórica.

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Ya superada la resaca por la emisión en USA el domingo (el lunes en España) del que fue el último capítulo de True Blood, me atrevo a comentar mis impresiones al respecto. 
Sería quizás adecuado afirmar que el último capítulo no decepcionó: fue tan aburrido, predecible y absurdo como toda esta séptima y última temporada. 
No me malinterpreten, yo también he sido uno de los millones de personas caídas en el influyo de una serie de estética sensual y sangrienta, cuya fabulosa primera temporada prometía una trama que tonteaba con el gore, el romance y el thriller, a la vez que hacía las delicias de los fans de los vampiros de toda la vida (y no de esos vampiros pusilánimes-mojigatos-brillantes-bajo-la-luz-del-sol que ciertas sagas de adolescentes popularizaban por aquella época). 
True Blood nos prometía vampiros "de verdad": lascivos, hambrientos de sangre, fuertemente vinculados a su lado más oscuro, aunque a veces este les produjera cierto rechazo. En medio de ellos resplandecía el personaje de Sookie Stackhouse: la camarera sexy y telépata con pintas de paleta de pueblo que no deja de meterse en líos con vampiros en las siete temporadas que dura la serie. 
El planteamiento de la serie (basado a su vez en el planteamiento de los libros de Charlene Harris) era de lo más original: tras la aparición en el mercado de un producto llamado True Blood, que no era otra cosa que sangre sintética embotellada, los vampiros, ya no necesitados (al menos en teoría y de cara a la galería) de beber sangre humana, salen "del ataúd" (en clara alusión a la visualización de otras minorías como los homosexuales) e inician una lucha por sus derechos civiles (derecho a propiedad, herencia, matrimonio, etc), a la vez que los humanos descubren que la sangre de vampiro es una portentosa droga, con poderes curativos, afrodisiacos, psicotrópicos y altamente adictiva. En este nuevo escenario, surgen los bares de vampiros, los vampirófilos (o vampire-fuckers), los vampirófobos y los traficantes de V (el nombre popular de la sangre vampírica). 
Es entonces cuando el vampiro Bill Compton vuelve a Bon Temps, su ciudad natal, para reclamar como suyas las posesiones de su familia, y conoce a Sookie. Al mismo tiempo, un misterioso asesino persigue a todas las mujeres que han tenido relaciones (carnales o de otro tipo) con vampiros. Sookie y Bill se aliarán para encontrar al asesino, enamorándose perdidamente (por supuesto) por el camino. 
Sin embargo, tras la resolución de la primera temporada la serie no hizo sino decaer. Por sus capítulos han desafilado ménades, cambiaformas, hombres lobo, hadas, brujas y dioses-vampiro que lejos de enriquecer la trama la entorpecían continuamente.
Como no me veo capaz de reseñar la trama temporada a temporada (lo que sería largo e innecesario) prefiero hablar de los personajes. Preciosamente dibujados en un inicio, se fueron desdibujando a medida que sus tramas se liaban y desliaban. El mismo personaje podía pasar de ser un villano a un héroe (o viceversa) de la noche a la mañana y sin mucha justificación. 
Sookie: la que es la protagonista de la serie se nos presenta como una joven madura y segura de sí misma, pero va transformandose hasta ser una mujer voluble, insegura y que parece no saber qué quiere, ni siquiera en el último capítulo. Se deja llevar y se deja querer, sin ser capaz de tomar las riendas de su vida. Se enamora de Bill en un inicio (y de manera muy lógica) para desenamorarse de él al saberse traicionada. A partir de entonces, vaga de amante en amante, llegando incluso a liarse (incomprensiblemente y en una de las tramas más delirantes de la serie) con el asesino de sus propios padres, para al final descubrirse enamorada de Bill Compton al final de la serie. 
Bill: quizás el mejor ejemplo de un personaje echado a perder por las pocas bondades de los guionistas de la serie. Bill pasa de ser el galán de la serie (vampiro guapo y sexy que tras explorar su lado más oscuro repudia la violencia y se enamora de una joven humana), a ser el traidor que sólo quería aprovecharse de Sookie, para luego transmutarse en la reencarnación (o algo por el estilo) de la diosa vampirica Lilith y querer destruir y/o sojuzgar a la humanidad, para acabar la serie siendo un vampiro enfermo (de hepatitis V), moribundo, cursilón y enamorado hasta decir basta de Sookie hasta el punto de querer morir por ella (pidiéndole de paso a la pobre chica que le mate personalmente) en el intento de que Sookie pueda olvidarse de él por fin y tener una vida normal con marido hijos y toda-esa-mierda, sin pararse a preguntarle a la propia Sookie qué es lo que ella quiere. 
Sam: el ninguneado Sam Merlotte, el cambiaformas dueño del bar en el que trabaja Sookie, que está (no tan) secretamente enamorado de ella, es un personaje que se pierde en medio de tramas cada vez más rocambolescas, pasando de ser un coprotagonista de lujo a parte del atrezzo de la serie. Penoso. 
Eric (y Pamela): quizás Eric sea uno de los personajes más queridos de la serie, y no sólo por el impotente físico de Alexander Skarsgard. El atractivo y milenario vampiro-vikingo que regenta el célebre y turbio bar Fangtasia, siempre acompañado de Pamela, su fiel progenie, una lesbiana y ex prostituta especialmente aficionada a las palabras malsonantes y a las pestañas postizas. Ambos como pareja llegan a ser de lo más divertido, irónico y con más cachondeo de la serie. El personaje de Eric es de los pocos en los que se profundiza y que sufre transformaciones de carácter más o menos comprensibles, aunque es víctima de varias injusticias de guión como hacerle perder la memoria y convertirlo en un memo enamorado de Sookie allá por la temporada 3 ó 5, aunque incluso eso sirve para su evolución como personaje. Sin embargo, también es Eric el protagonista de uno de los más claros ejemplos de las inconsistencias de guión que sufre la serie, al acabar la temporada 6 envuelto en llamas a lo bonzo y reaparecer en la temporada 7 milagrosamente curado de sus quemaduras pero enfermo de hepatitis V, sin que nadie nos explique que c*%o ha pasado. 
Jason: uno de mis personajes favoritos, Jason "el hermanísimo" Stackhouse es un paleto de pueblo con un cuerpo de infarto y una asombrosa capacidad para llevarse a las titis al catre. Muy divertido como concepto de personaje, por lo tonto y lo guapo que es, también sufre transformaciones difícilmente explicables como su radical cambio de vampirófobo a vampirófilo. La conclusión de este personaje en la serie es demasiado precipitada como para resultar satisfactoria. 
Tara: al igual que Sam, Tara prometía ser lo que no fue. La mejor amiga de Sookie, secretamente enamorada de Jason, con la difícil vida de una mujer negra en el Sur profundo a sus espaldas y marcada por el alcoholismo de su madre, es muy fuerte y sabe cuidar de sí misma. Tras muchos dimes y diretes, odio a los vampiros y conversión al lesbianismo incluidos, termina muriendo en la temporada 5(?) para "resucitar" como vampiro y progenie de Pamela, con la que tendrá una relación de amor-odio. Finalmente, Tara encontrará la muerte verdadera al inicio de la temporada 7, en una escena precipitada y falta de la emoción que merece la muerte de un coprotagonista, para pasarse el resto de la temporada en forma de fantasma que se le aparece a su madre la adicta cuando esta ha tomado V, sólo para transmitirle un mensaje sin ninguna trascendencia. 
Alcide: este impotente hombre lobo, da vueltas sin rumbo por la serie desde las primeras temporadas (aparece en la segunda o tercera no recuerdo) para acabar liado con Sookie al final de la sexta y morir sin pena ni gloria a mediados de la séptima. Un personaje útil sólo para lucir palmito. 
Hay muchos más personajes, por supuesto, pero supongo que he hablado de aquellos cuya evolución más han detestado los fans. 
En cuanto al final de la serie en sí, reitero mi impresión inicial de que ha sido de lo más decepcionante. 
Sookie no tomó ninguna decisión, no es dueña de su destino y se deja llevar por las decisiones de Bill, para al final terminar con un hombre anónimo y tener los hijos que Bill quería que ella tuviera. Bill muere por voluntad propia, en pro del honorable pero tremendamente cursi propósito de quitarse de en medio para que Sookie pudiera vivir una vida plena sin él, no sin antes asistir a una absurda boda de última hora entre Jessica, la progenie de Bill y su intermitente y desmemoriado novio Hoyt. El último episodio pasó entre bodas y suicidios asistidos para acabar en una bucólica cena de acción de gracias de varios años después, en la que nos muestra que todos los personajes que siguen vivos han sentado la cabeza para ponerse a parir como conejos. 
En definitiva, True Blood es un continuo "wannabe" una serie que quiere convertirse en referencia en el género vampirico y de terror pero que vive secuestrada por el escaso talento de sus guiones. Una serie que no pasa de ser un precioso envoltorio para un bombón de mal gusto y algo pasado de fecha, impropio del nivel de otras series de la HBO, como la actual Juego de Tronos, ejemplo célebre de un guión bien rematado, una Soap Opera Vampírica que coquetea continuamente con el absurdo y que innecesariamente alargada, llegó a su final tocada de muerte. En fin...