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Últimamente, he recuperado (¡por fin!) el deseo de escribir. Y no solo de escribir ficción. Sino de escribir. A secas. Cualquier cosa. Y sí, esto incluye también este blog. Una de las principales razones por las que deseé reiniciar el blog (lo que incluyó un migrado desde Blogger y la adquisición de un dominio propio) fue precisamente ayudarme a reiniciar mi escritura, que en 2018, debo confesarlo, estuvo en franco dique seco. Lo que en un principio interpreté como un bloqueo (y por tanto, empecé a tratar como tal) se desveló a final como pura y simple desgana. Y no hay fácil cura para eso.
El año pasado fue algo raro para mí. No malo, pero sí lleno de cambios, sobre todo a nivel profesional, que me han sometido a ciertos ajustes y desajustes. Y eso significa que he sido (quizás en exceso) indulgente conmigo misma y no me he exigido demasiadas cosas. Pero tras unos cuantos meses, se podría decir, ganduleando, he empezado a filosofar sobre el sentido de la vida. Esa no sé si es buena o mala señal.
Estos últimos meses he leído más de lo que he acostumbrado últimamente, pero también he perdido mucho tiempo jugando a videojuegos o viendo series. Aún queda por decidir la cuestión de qué es y qué no perder el tiempo. Creo que todos coincidimos en que leer nunca lo es, pero que no lo sea ver televisión, aunque esta sea de calidad, se abre a debate. Lo cual es interesante por sí mismo.
En todo caso, he empezado a preguntarme si «está bien» que ocupe mi tiempo libre en hacer virtualmente nada, si es «correcto» ser tan poco productiva. Dejando de lado el hecho de que ya trabajo manteniendo mi hogar en orden y también en un hospital, ganándome el sueldo con un trabajo que no solo es agotador y apasionante, sino tambien vital (literalmente) me pregunto constalmente si soy injusta conmigo por fustigarme por mi escasa productividad en mi tiempo de ocio o si es mi pleno derecho hacer nada de vez en cuando.
Y aún así, es algo que me preocupa. Quizá esa preocupación sea solo fruto de la presión que sentimos por estar continuamente haciendo cosas, siempre informados, siempre conectados, que hemos perdido la capacidad de NO HACER NADA y que nos parezca bien. Esa capacidad la tenemos todos de niños. O al menos la teníamos los niños de nuestra generación: esas tardes aburridas en las que no había nada que hacer más que pensar en las musarañas o mirar por la ventana para ver los coches pasar.
A lo mejor, todo el auge actual del mindfulness no sea otra cosa más que otra respuesta a la hiperactividad a la que somos sometidos constantemente, pero yo sigo sin estar segura de que vaciarme el coco jugando a "The Witcher" sea tan saludable como meditar.
En todo caso, supongo que dos hechos determinantes me han hecho cuestionarme todo esto: el primero, que últimamente he pasado más tiempo en casa del que estoy acostumbrada por (leves) cuestiones de salud; y en segundo lugar, mi recuperado deseo de ser (y nótese que esta palabra se ha repetido ya varias veces en la entrada) productiva.
No sé si este deseo se materializará en algo concreto, como retomar la escritura de mi segunda novela (o de cualquier otra cosa) o no. Pero por lo menos siento el deseo de hacer algo. Y eso es un inicio prometedor. Aunque no prometo abandonar "The Witcher" por el momento.

Últimamente, he recuperado (¡por fin!) el deseo de escribir. Y no solo de escribir ficción. Sino de escribir. A secas. Cualquier cosa. Y sí, esto incluye también este blog. Una de las principales razones por las que deseé reiniciar el blog (lo que incluyó un migrado desde Blogger y la adquisición de un dominio propio) fue precisamente ayudarme a reiniciar mi escritura, que en 2018, debo confesarlo, estuvo en franco dique seco. Lo que en un principio interpreté como un bloqueo (y por tanto, empecé a tratar como tal) se desveló a final como pura y simple desgana. Y no hay fácil cura para eso.
El año pasado fue algo raro para mí. No malo, pero sí lleno de cambios, sobre todo a nivel profesional, que me han sometido a ciertos ajustes y desajustes. Y eso significa que he sido (quizás en exceso) indulgente conmigo misma y no me he exigido demasiadas cosas. Pero tras unos cuantos meses, se podría decir, ganduleando, he empezado a filosofar sobre el sentido de la vida. Esa no sé si es buena o mala señal.
Estos últimos meses he leído más de lo que he acostumbrado últimamente, pero también he perdido mucho tiempo jugando a videojuegos o viendo series. Aún queda por decidir la cuestión de qué es y qué no perder el tiempo. Creo que todos coincidimos en que leer nunca lo es, pero que no lo sea ver televisión, aunque esta sea de calidad, se abre a debate. Lo cual es interesante por sí mismo.
En todo caso, he empezado a preguntarme si «está bien» que ocupe mi tiempo libre en hacer virtualmente nada, si es «correcto» ser tan poco productiva. Dejando de lado el hecho de que ya trabajo manteniendo mi hogar en orden y también en un hospital, ganándome el sueldo con un trabajo que no solo es agotador y apasionante, sino tambien vital (literalmente) me pregunto constalmente si soy injusta conmigo por fustigarme por mi escasa productividad en mi tiempo de ocio o si es mi pleno derecho hacer nada de vez en cuando.
Y aún así, es algo que me preocupa. Quizá esa preocupación sea solo fruto de la presión que sentimos por estar continuamente haciendo cosas, siempre informados, siempre conectados, que hemos perdido la capacidad de NO HACER NADA y que nos parezca bien. Esa capacidad la tenemos todos de niños. O al menos la teníamos los niños de nuestra generación: esas tardes aburridas en las que no había nada que hacer más que pensar en las musarañas o mirar por la ventana para ver los coches pasar.
A lo mejor, todo el auge actual del mindfulness no sea otra cosa más que otra respuesta a la hiperactividad a la que somos sometidos constantemente, pero yo sigo sin estar segura de que vaciarme el coco jugando a "The Witcher" sea tan saludable como meditar.
En todo caso, supongo que dos hechos determinantes me han hecho cuestionarme todo esto: el primero, que últimamente he pasado más tiempo en casa del que estoy acostumbrada por (leves) cuestiones de salud; y en segundo lugar, mi recuperado deseo de ser (y nótese que esta palabra se ha repetido ya varias veces en la entrada) productiva.
No sé si este deseo se materializará en algo concreto, como retomar la escritura de mi segunda novela (o de cualquier otra cosa) o no. Pero por lo menos siento el deseo de hacer algo. Y eso es un inicio prometedor. Aunque no prometo abandonar "The Witcher" por el momento.

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Últimamente, todo el mundo parece ser un friki de algo: de los coches, de los ordenadores, de las series, de los gatos..., unos y otros se definen como frikis a sí mismos (o a sus amigos) tan alegremente.

Si lo pensamos, no es tan difícil que algo así ocurra, al fin y al cabo, en el español (y en España) la palabra friki tiene muchos significados, pero una de ellas hace referencia a una especie muy concreta de seres humanos (aquellos que en USA son conocidos como geeks). ¿Quiénes son estos extraños seres?

Si buscamos la respuesta en la RAE obtenemos en la tercera de las acepciones de la palabra en cuestión una definición del friki como alguien que practica desmesurada y obsesivamente una afición. Aunque no desacertada, sí que es insuficiente para diferenciar a a aquellos que celebran su día grande el 25 de mayo y a los que sencillamente son unos grandes aficionados a la alfarería. Si acudimos a la Wikipedia, vemos que un friki (o friqui) es aquel cuyas aficiones, comportamiento o vestuario son inusuales. Y luego, quizás para diferenciar al friki de cualquier persona sencillamente extravagante, añade: "Al conjunto de aficiones minoritarias propias de los frikis se denomina frikismo o cultura friki".

Quizás sea la definición de la cultura friki lo que realmente nos explique de qué hablamos en realidad: generalmente, el ámbito frikoso se circunscribe a aquellos aspectos culturales considerados como minoritarios, marginales, o simplemente demasiado pueriles para que se entienda socialmente que un adulto sea aficionado a ellos: películas y libros de fantasía o ciencia-ficción, el anime y los cómics de cualquier género, los videojuegos, la informática o los juegos de rol y/o de mesa y estrategia.

Hace 15 ó 20 años ese pobre friki era una especie en peligro: se ocultaba en las sombras, se camuflaba en sociedad y sólo mostraba sus verdaderos intereses cuando se encontraba entre sus semejantes. Se reunía con otros frikis en jornadas de rol, tiendas de cómics, convenciones de cine fantástico o de terror, salones del manga y facultades de informática de toda España. Esa era la época de los "asesinos del rol", de la primera PlayStation y prácticamente el único superhéroe cinematográfico que se tenía como referencia era el kitsch y algo ya lejano Batman de Tim Burton y el más kitsch además de terrible de Joel Schumacher. Tolkien era un desconocido para el gran público, Game of Thrones aún no había sido traducido al español y lo que más lo petaba era "Vampiro: la mascarada". En aquellos tiempos, la palabra friki se usaba casi siempre en tono despectivo y, con una acepción cercana a la del Freak original, más para referirse a los fenómenos televisivos que salían en lates show como Crónicas marcianas que a los inofensivos aficionados a D&D o a las publicaciones de Marvel.

En los albores del siglo XXI la cosa empezó a cambiar. Los frikis se arremolinaban (nos arremolinábamos) en manadas y a plena vista, a veces luciendo elaborados cosplays, en los estrenos de las sagas de Star Wars, los X-men de Singer, el Spiderman de Raimi o El señor de los anillos. Se empezó a normalizar que los niños criados en los 80 con los primeros videojuegos siguieran (siguiéramos) jugando a las maquinitas bien entrada la veintena (y la treintena), empezaron a proliferar salones del cómic y/o manga y/o videojuegos por toda España, y el cine de superhéroes se convirtió en un género por sí mismo. El posterior éxito de ficciones televisivas de género como The walking deadGame of Thrones o la comeda The big bang theory (que es un alegato de amor a la cultura friki y todos sus integrantes) ayudaron no solo a la normalización sino también a la proliferación del friki. El friki ya no se ocultaba: salía a la calle con su camiseta del Capitán América o lucía con orgullo en su sala de estar su colección de Warhammer.

Ahora, algunos aspectos de la cultura friki están tan integrados en la cultura de masas que todo el mundo sabe qué es el Anillo Único, quién es Tyrion Lannister o para qué quería Thanos chasquear los dedos, y cualquier fan de GoT se autoproclama como friki sin ningún tipo de pudor. Eso puede hacer que el friki "tradicional" se sienta desplazado ante una masa ingente de personas que se autoproclama como tal por consumir productos al que hace 20 años ningún adulto biempensante le hubiera dedicado un segundo vistazo. Si bien es cierto que no hay solo un buen modo de ser un friki y que hay tantos tipos de frikis como frikis hay, ahí va la guía definitiva de...

Sé un fanático de lo tuyo:

Que sí. Que has visto todos y cada uno de los capítulos de GoT, varias veces y en maratón. Que sabes diferenciar a los Lannister (los malos) de los Stark (los buenos) y que tu personaje favorito es Arya. Felicidades, eres un fan de la serie. Fin de la historia.
Para ser un friki no basta con ser tan solo un fan. El friki de GoT (o cualquier otra serie o saga de películas) es un experto: no solo la ve, la analiza; no se conforma con los capítulos, sino que absorve todo el contenido extra que exista: se ve los tráilers antes que nadie, lee las noticias relacionadas, sigue a las webs específicas, se mete en foros para ver imágenes del rodaje e intercambia teorías acerca de los personajes y la trama...  Y sobre todo: un friki no se queda en la serie, sino que se devora los libros (y probablemente ya lo hacía antes de que la serie se estrenara), lo que nos lleva al siguiente punto.

Léete el libro (y disfrútalo):

Un auténtico friki siempre acude a las fuentes originales. No importa lo mucho o lo poco que te gusten las películas de Peter Jackson, si eres un auténtico tolkiendili no te has contentando con verlas y criticarlas, sino que conoces los libros al dedillo, te has leído el Silmarillion, Los hijos de Húrin y sabes perfectamente quién es David Day. Los auténticos potterheads han devorado toda la saga literaria de J.K. Rowling, incluso los libros derivados como Los cuentos de Beedle el Bardo o Animales fantásticos y donde encontrarlos. Un fan de los superhéroes ya se ha leído todos los comics habidos y por haber, le explica a sus amigos las escenas finales de las pelis de Marvel y el adecuado orden de visionado de las mismas, o diserta infatigablemente sobre las diferencias entre el Batman clásico y el de Frank Miller. Y aunque la película (o la serie o el videojuego) en cuestión sea una obra basada en un guión original, si eres un auténtico friki tampoco te librarás de leer cualquier obra derivada, como sabe cualquier súper fan de Star Wars y su universo expandido.

Ve la versión original:

Cualquiera que vea The big bang theory en versión doblada al castellano se pierde los célebres Bazingas de Sheldon y el hilarante acento hindú de Koothrappali. Por supuesto que la puedes ver doblada, pero si eres un auténtico friki no lo harás. Tampoco llamarás Nieve a los bastardos del norte de Westeros, sino Snow, y sabrás perfectamente que Bolsón no es más que una buena traducción al castellano del original Baggins. Como friki y puto experto de lo tuyo que eres, no te preocupará lo más mínimo pecar de pedante al afirmar con petulancia supina que las versiones dobladas son, técnicamente, caca. Da igual que la ficción en cuestión sea en inglés, checo, coreano o japonés (sobre todo si es en japonés) la verás en su versión original, lo que de paso te ayudará a aprenderte una multitud inacabable de citas y expresiones en otros idiomas que te serán completamente inútiles en la vida real pero altamente amortizables en el mundo friki. Si ya el idioma en cuestión del que pillas algo es inventado (como el Quenya, el Klingon o el Dothraki) te convertirás de manera automática en el Fucking Master of the Universe.

Colecciona cosas:

Da igual si eres un geek o un gamer, si eres un trekkie o un otaku, seguro que hay algo que quieres coleccionar: los DVD's, mangas y Myth Cloth de Saint Seiya; cada consola de Nintendo desde la primera GameBoy, todos las películas de Estudio Ghibli o los Funko Pop de Harry Potter. El coleccionismo no solo es una tendencia natural en ti, sino que también te ofrece la oportunidad de exponer al mundo (y hacerlo muy claramente) cuál es tu área de especialización. Por supuesto, como buen friki puedes poseer tantas colecciones como áreas de especialización tengas, combinando en una misma habitación action figures de Superman con las novelas completas de Los Reinos Olvidados, varias ediciones del Señor de los Anillos en el mismo estante que las obras completas de CLAMP o una caja llena de dados de rol de todos los colores y patrones imaginables junto a los DVD's de la serie Buffy, Cazavampiros. Todo vale.

Haz cosplay (y hazlo en público):

¿Qué mejor manera hay de expresar tu completa admiración por Naruto que querer ser como él y dejar que el mundo lo sepa? Pasearte por tu ciudad con motivo de algún salón del cómic o los videojuegos a lo Solid Snake o llevando una Death Note bajo el brazo, o desempolvar tu túnica de Jedi Master para el estreno anual de la nueva de Star Wars es lo más in en el mundo friki. Para un triunfo total, combínalo con desvergüenza, una inmersión total en el papel y disposición para sacarte todas las fotos que te pidan. Triunfarás.

Ahora, sal al mundo y conviértete en el mejor friki que puedas ser.

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